Full text: Los quinientos millones de la Begún

  
        
148 AE - JULIO VERNE _ 
dni de Stahlstadt' no dejarían de elableder:. . Pero e 
de aquello podía hacer retroceder a Marcelo. | | 
- Viendo repuesto a Octavio, Marcelo se dirigió con él ha- 
cia el extremo de la calle que formaba la parte central del 
sector, hasta llegar al pie de la gran muralla de piedra tallada. 
—«¿Qué te parece, si HACIA una boca de mina ahí 
dentro?—preguntó. | 
- —Será arduo, pero: mosotros 1 no. S0mo0os unos holgazanes— 
respondió Octavio, dispuesto a intentarlo todo. * E 
Comenzó el trabajo. Fué preciso descalzar la base de la 
muralla, introducir una palanca por. el intersticio de las dos 
piedras, arrancar una, y, por último, con ayuda de un para- 
huso, efectuar el taladro de varios agujeros paralelos. A. las 
diez, todo estaba terminado, los salchichones: de dinamita es- 
tabán en su sitio y fué encendida la mecha. | 
Marcelo sabía que ésta duraría cinco minutos, Y como ha- de 
bía observado que la cantina, situada en un sótano, formaba 
una verdadera cueva abovedada, fué a ica e allí con Oc- 
lavio. j 
De pronto, el edificio, y también la cueva, fueron sibudí- 
dos como por efecto de.un temblor de. tierra. Una detonación 
formidable, semejante a la de tres o cuatro baterías de cañón, 
que disparasen a la vez, desgarró los aires, inmediatamente a 
continuación de la sacudida. Luego, al cabo de tres o cuatro | 
segundos, cayó al suelo una avalancha de eri que se 
desparramó en todos sentidos. 
Durante algunos instantes, se oyó un truenó continuo de 
techos que se hundían, vigas que crujían y paredes que se 
derrumbaban, en medio de un estrépito de cristales rotos,  ' 
Por fin, cesó la horrible baraúnda. Octavio La Marcelo aban- 
donaron entonces su escondite. 
Aunque estaba muy acostumbrado a los: rpoliciósós ¿fede 
tos de las substancias explosivas, Marcelo quedó maravillado 
de los resultados que había obtenido. La mitad del sector ha- 
E -bía volado, y los desmantelados muros de todos los talleres - 
contiguos al Bloque Central parecían: los de una ciudad bom- 
bardeada. Por todas partes los escombros amontonados, los 
trozos de vidrio y el yeso cubrían el suelo, en tanto que las 
nubes de polvo bajaban con lentitud del cielo, a donde la ex- 
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