Full text: El cofre envenenado (Bd. 5)

  
    
    
  
  
112 : LOS PARDAILLAN 
desvanecido pero no tardó en volver en sí. 
Su primer movimiento fué llevar las dos 
manos a las orejas, con la esperanza de que 
todo lo sucedido hubiera sido un sueño, pero 
sus manos, en vez de topar con los apéndi- 
ces que, según Pardaillán, hacía mal en con- 
servar, no hallaron más que las compresas 
empapadas de vino y aceite que su tío le ha- 
bía colocado alrededor de la cabeza. 
Gilito dió un gemido. 
— ¡Ay! — exclamó. — ¡Ya no tengo ore- 
jas! La gente se burlará de mí, sin contar que 
no voy a oir nada... Pero calle... me parece 
que oigo mis propias p palabras. Mas, en fin, 
aunque oiga, estoy deshonrado. 
Habiendo llorado de este modo sus per- 
didas orejas, Gilite se puso en pie y observó 
que aparte del violento dolor que sentía en 
los dos lados de la cabeza, se encontraba per- 
fectamente, como si no hubiera sufrido nin- 
guna mutilación. 
Cobró ánimo y aunque estaba bastante de- 
bilitado por el dolor, preparóse a subir la es- 
calera, cuando ten lo alto divisó a su tío Gil, 
que, después de haber tenido una larga con- 
versación con el Mariscal, volvía a ver a su 
sobrino. 
—Viene a matarme — pensó tristemente 
Gilito. — Sin duda el Mariscal le ha dado 
orden de exterminarme. ¡Ay de mí! Sin duda 
no sobreviviré a mis orejas. 
Con gran estupefacción suya, el tío se le 
acercó sonriendo tan amablemente como si 
nada hubiera ocurrido. 
—¿Y qué? ¿Cómo estás, querido sobri- 
no? — preguntó. 
—Muy mal, tío. 
 
	        
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