Full text: El día de la justicia (Bd. 16)

  
  
  
  
  
  
  
EL HIJO DE PARDAILLAN 9 
—Os engañáis; nada de lo que hay aquí me pertenece. 
—Pero seguramente conocéis a su dueño. 
—¿Por qué me lo preguntáis?—dijo Pardaillan miran- 
do a su vez fijamente al joven. 
—Porque temo haber usado indebidamente de lo que 
no €s mío. 
—¡ Bah !—repuso Pardaillan sonriendo—sobre ese par- 
ticular podéis estar tranquilo. La dueña de todo lo que 
hay aquí, pues es una mujer, hace unos veinte años que 
abandonó a Francia y nadie sabe si vive aún y si se en- 
cuentra en Italia o en España. Pero yo sé perfectamente 
—añadió con repentina seriedad—que si por casualidad 
se enterase de lo que habéis hecho, no sólo lo aproba- 
ría sino que os diría: «Considerad todo esto como vues- 
tro y disponed de ello a vuestro antojo». 
Causó a Juan viva impresión el tono en que Pardai- 
llan pronunció estas palabras. Sabía por Saetta que 
el tesoro pertenecía a la princesa Fausta y no cabía duda 
de que a' ella se refería el caballero. Por un instante su- 
puso que la gruta y el tesoro que encerraba eran propie- 
dad de Pardaillan; pero éste lo negaba y fuerza era 
creerlo. Tentado estuvo de hacerle algunas preguntas 
relativas a la princesa; pero como conocía al caballero 
y sabía que por nadie ni por nada diría más de lo que 
creyese conveniente, consideró que su pregunta sería 
una indiscreción inútil y se limitó a decir: 
—Lo que me decís aligera mi conciencia de un gran 
peso. 
Entretanto los tres bravos habíanse tendido sobre los 
haces de paja y reflexionaban profundamente. 
Pardaillan y Juan el Bravo pasaron varias horas ha- 
blando, o mejor dicho, el padre haciendo hablar a su hijo. 
Así fué como, entre otras muchas cosas, pudo saber que, 
gracias a Ravaillac había podido dar con el paradero 
de Bertille y que Ravaillac estaba locamente enamorado 
de la joven. 
—¿Ese Ravaillac—preguntó con indiferencia—no es el 
mismo que intentó asesinaros la noche que esperábamos 
al rey a la puerta de Bertille? 
—El mismo, señor. Tenéis buena memoria. Ahora pue- 
do deciros en confianza que no era a mí sino al rey a 
quien Ravaillac quería asesinar. Estaba celoso, y no he 
vacilado en decirle que el rey es el padre de Bertille... 
Seguramente el rey no sabe que me debe la vida. 
—¡Ah !—exclamó Pardaillan manifestando extrañeza, 
—ahora recuerdo que en más de una ocasión he visto a 
Ravaillac en compañía de fray Perfecto Goulard. 
—BÍ, señor; son muy amigos. Pero confieso que esa 
      
  
  
 
	        
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