52 — EL HIJO DE PARDAILLAN
pé. Pero no os apuréis, primo, porque ahora sa-
bemos donde se halla y podemos apoderarnos de
él aunque fuese preciso demoler la posada en-
tera. :
—Eso es—dijo muy satisfecho Barba Roja, —
incendia el edificio si quieres y toma los hombres
que te hagan falta. Quisiera ya verlo con las tri-
pas al aire. ¡Qué lástima que yo tenga el brazo
estropeado! Porque, de lo contrario, yo habría
tomado el mando de la expedición.
—No tengáis cuidado, que la cosa se hará bien
—dijo don Cristóbal. —Recordad que yo también
tengo cuentas que arreglar con él, pues ya sabéis
que me tiró a la calle, en la posada, como si fuese
un fardo. Espero, por consiguiente, devolverle
con creces lo que me hizo. Pero, en fin, ahora se
trata de saber si puedo o no operar.
—¡ Ya lo creo !—exclamó Barba Roja—te lo or-
deno formalmente.
—.Entendámonos, primo mio—dijo Centurión
sonriendo, —recordad que me disteis la orden de
apoderarme de esa gitana de la que estáis enamo-
rado. Os obedecí, pero no pude cumplir la or-
den, porque se interpuso Pardaillan que me arro-
jó a la calle. Y, a consecuencia de ello, fuí re-
“convenido y castigado por mis superiores, a cau-
sa de haber obrado sin orden para-ello. La orden
era vuestra, pero como no creísteis prudente cu-
brirme con ella, yo he pagado las consecuencias.
—Efectivamente—dijo Barba Roja ;—tenía yo
razones especiales. Pero recordaré tu lealtad y
como no es justo que te hayan castigado por
causa mía, toma eso.
Eso era una bolsa bien provista.
Don Cristóbal la cogió, haciendo una mueca
de satisfacción, pero añadió :
—Os lo agradezco, primo. Pero quisiera Saber