Full text: Fausta la diabólica (Bd. 19)

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FAUSTA LA DIABOLICA 187 
Los dos compadres sintieron el mayor descon- 
suelo al escuchar tales palabras y, muy apena- 
dos, dijeron sucesivamente: 
—Es imposible. 
—Nos lo han prohibido. 
—¿ Lo veis ?—exclamó Pardaillan. 
Pero así todo no. se desanimaron por esto, 
sino que volvieron a la carga, alabando, sucesi- 
vamente, los vinos y los manjares, con tenacidad 
digna de mejor suerte. En cuanto a Pardaillan, 
no les contestaba siquiera. Tenía los ojos cerra- 
dos, se tapaba la nariz y volvía negativamente la 
cabeza a cada nueva tentativa. 
Aquel suplicio infernal duró más de una hora. 
Pardaillan sudaba de angustia y los hombres pa- 
_recían desesperados. Por fin, cuando el último 
plato hubo sufrido la suerte de todos los demás, 
Bautista, que no sabía ya a qué santo encomen-. 
darse, exclamó uniendo las manos : 
-—Pero ¿acaso habéis resuelto dejaros morir 
de hambre? hundo | i 
—No digo que no—contestó Pardaillan.—A ve. 
ces tengo ideas raras. HE 
Bautista y Zacerías estuvieron a punto de caer-.. 
se de puro asombro porque nunca podían haber 
sospechado tal cosa. Por último, viendo que era 
todo inútil, volvieron a llevar al preso a su celda, 
-en donde quedó el caballero quebrantadísimo por 
la terrible lucha que acababa de sostener consigo 
mismo. a de 
Es preciso no olvidar que hacía tres largos días 
que no había tomado alimento y que se hallaba 
en un estado de debilidad que nó dejaba de in- 
: quietarlo. Además, casi de un modo constante, 
había tenido que vencer las tentaciones que, en 
Md forma de espléndidas comidas, le ofrecían a cada 
DN paso y no es de extrañar, por lo tanto, que así 
  
  
  
 
	        
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