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FAUSTA LA DIABOLICA 187
Los dos compadres sintieron el mayor descon-
suelo al escuchar tales palabras y, muy apena-
dos, dijeron sucesivamente:
—Es imposible.
—Nos lo han prohibido.
—¿ Lo veis ?—exclamó Pardaillan.
Pero así todo no. se desanimaron por esto,
sino que volvieron a la carga, alabando, sucesi-
vamente, los vinos y los manjares, con tenacidad
digna de mejor suerte. En cuanto a Pardaillan,
no les contestaba siquiera. Tenía los ojos cerra-
dos, se tapaba la nariz y volvía negativamente la
cabeza a cada nueva tentativa.
Aquel suplicio infernal duró más de una hora.
Pardaillan sudaba de angustia y los hombres pa-
_recían desesperados. Por fin, cuando el último
plato hubo sufrido la suerte de todos los demás,
Bautista, que no sabía ya a qué santo encomen-.
darse, exclamó uniendo las manos :
-—Pero ¿acaso habéis resuelto dejaros morir
de hambre? hundo | i
—No digo que no—contestó Pardaillan.—A ve.
ces tengo ideas raras. HE
Bautista y Zacerías estuvieron a punto de caer-..
se de puro asombro porque nunca podían haber
sospechado tal cosa. Por último, viendo que era
todo inútil, volvieron a llevar al preso a su celda,
-en donde quedó el caballero quebrantadísimo por
la terrible lucha que acababa de sostener consigo
mismo. a de
Es preciso no olvidar que hacía tres largos días
que no había tomado alimento y que se hallaba
en un estado de debilidad que nó dejaba de in-
: quietarlo. Además, casi de un modo constante,
había tenido que vencer las tentaciones que, en
Md forma de espléndidas comidas, le ofrecían a cada
DN paso y no es de extrañar, por lo tanto, que así