164 'EL HIJO DE PARDAILLAN
ba o desaprobaba y, a veces, daba un consejo o
sugería una idea. Después, para terminar la en-
trevista, no dejaba de informarse del estado de
Barba Roja.
La víspera del día en que “hemos visto a Par-
daillan librar a la Gitanilla de las garras de Bar-
ba Roja, Fausta fué, por la tarde, como de Pas
tumbre, a visitar al gran inquisidor, el cual,
las preguntas que ella le dirigió, contestó con un
tono de voz bastante extraña. i
—Han terminado los sufrimientos del señor de
Pardaillan.
-—¿ Debo entender que ha muerto ?—preguntó
Fausta.
Y el gran inquisidor, sin querer explicarse más,
repitió la frase :
—Han terminado sus sufrimientos.
Por lo que se refería a Barba Roja, ella Supo
que, ya completamente restablecido, había pro-
yectado ir al día siguiente al castillo de Bib-Alfar,
donde tenía que ocuparse en cierto asunto.
Pero ella sonrió, porque sabía de qué se trata-
ba. Luego regresó a su casa.
Aquel día, una hora despu's del momento en
que vimos a Pardaillan salir de la posada, con el
propósito de acabar de una vez con Fausta, la
princesa estaba en el pequeño oratorio de su casa
de campo, el cual, como se recordará, comunica-
ba, por medio de una puerta secreta, con unos só-
tanos misteriosos de la suntuosa vivienda.
En el momento en que penetramos en aquella
estancia, sencillamente amueblada, Fausta ter-
minaba una larga conversación con don César.
——Señora—decía éste con voz triste—, querien-
do inclinarme a aceptar vuestras proposiciones y
poniendo de relieve algunos de los escrúpulos que