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dinero algudos particulares, lo pierde en prestigio
la enseña nacional. Antes os suponíamos fuertes y
justos; ahora empezamos a creer que sólo sois fuer-
tes. Y es por eso que se levanta la opinión, es por
eso que hay una resistencia visible para confiar
nuevos trabajos a las empresas de vuestro pais.
Tememos que se esconda en cada proposición un
nuevo engaño. Además, la fuerza no basta para
seducir y atraer a los pueblos, si no viene acom-
pañada por el prestigio moral.
Todo esto es lamentable, señor Presidente. Los
Estados Unidos pueden ser cada vez más grandes
por su comercio y por la irradiación de su espíritu,
sin humillar a nuestras nacionalidades, sin envene-
nar las luchas políticas o las rivalidades entre las
repúblicas, sin perjudicarse ellos mismos, tratando
solamente de difundir de nuevo la confianza, ha-
ciendo renacer la corriente de fraternidad que en
otros tiempos existió entre las dos Américas.
Por eso es que en estos momentos difíciles pa-
ra el porvenir del Nuevo Mundo, en estos instantes
históricos que pueden dar lugar a nuevas orienta-
ciones de consecuencias incalculables, dejando de
lado los agravios viejos y las cóleras justificadas,
venimos, francamente confiados en la nobleza del
pueblo norteamericano, a hacer un llamado supre-
mo a la justicia. La América latina es solidaria;
tenemos la homogeneidad que nos dan el pasado,
la lengua, la religión, los destinos; por encima de
nuestros patriotismos locales cultivamos un patrio-
tismo superior; y aun aquellas regiones que están
“ejos de sentir el peso de tan duros procedimien-
tos, se hallan impresionadas, más que por la ame-