92
sos. El alma de aquella niña encendíase
con el mismo anhelo de santidad. A una
vieja encorvada le decía:
—¿Cómo está tu marido, Liberáta?
— ¡Siempre lo mismo, mi señorina!...
¡Siempre lo mismo!
Y después de recoger su limosna y de be-
sarla, retirábase la vieja salmodiando ben-
diciones, temblona sobre su báculo. María
Rosario la miraba un momento, y luego
sus ojos compasivos se tornaban hacia otra
mendiga que daba el pecho á un niño es-
cuálido, envuelto en el jirón de un manto.
—¿Es tuyo ese niño, Paula? CA
—No, Princesina: Era de una curmana
que se ha muerto... Tres ha dejado > pobre,
_ éste es el más pequeño.
ex tá lo:hds recogido?