a T. F. DE ISASSI
el niño intruso en los brazos, maternal para
aquel débil sér, le pareció tan grande,
tan santa, que sintió impulsos de ponerse
ante ella de rodillas.
La anciana, en tanto, mirando al niete-
cito, decía enternecida:
. —Cuando otros niños como este yienen
al mundo, con qué alegría infinita son re-
cibidos ; con cuántas ternuras, con cuántas
caricias. se les da la bienvenida ; y este po-
bre chiquitín, que de nada tiene la culpa,
no ha recibido aún un beso de 'su padre.
Andrés sintió que los ojos se le hume-.
decían; se inclinó en silencio y besó al
niño. !