EL CERRO DE LAS CAMPANAS
VIH.
Levantóse Pablo Martínez, restregó sus ojos como para salir de
Una pesadilla horrible, puso la mano sobre el revolver y buscó al
£Mperador.
—¿ Dónde está ese miserable ? dijo con acento concentrado de fu-
YOY; aquí se abrirá una tumba en que debe caer uno de los dos.
THMa salido de aquí para siempre, dijo llorando Guadalupe.
O Srmana, gritó el guerrillero, si yo no hubiera palpado tu ino-
á Aid: sería muy infeliz... yo te vengaré de ese hombre. Marcho
a revolución, yo lo emplazo para el día de la venganza.
TiYo le amo todavía!
oda importa, él me ha humillado, ha estrujado vilmente tu co-
d Guadalupe se abrazó de su hermano y los dos derramaron' abun-
ántes lágrimas.
ncliós, dijo Martínez, arrancándose de Guadalupe que lo tenía
mi azado por el cuello. Adiós, mis soldados me esperan... júrame
0 Volver á acordarte de ese hombre.
—Lo juro, dijo sollozando aquella infeliz criatura.
uedóse un momento pensativo Pablo Martínez.
O dijq, tomando una súbita resolución; partamos, dejarte
sí sería entregarte á la merced de ese hombre; y se echó á andar
gguido de su hermana, presa de una aflicción horrible.
IX.
Un hombre apostado frente al edificio, oyó el paso de los caballos
Ue salían de la casa de Guadalupe sin percibir á los jinetes, por-
ue la oscuridad de la noche era intensa. '
a uego que se hubieron alejado se dirigió á palacio y entró en el
—“POsento de Maximiliano.
Hi deñor, le dijo, el guerrillero ha salido de la ciudad.
Había pasado una hora, cuando el emperador, embozado en su
¿ "Da, salió del palacio y se dirigió á la morada de aquella mujer
lulen amaba con idolatría. :
; Stuvo un rato bastante largo frente á las ventanas.
“4 luz estaba encendida.
sa O atravesaba ninguna sombra ni se oía ruido alguno. E
dul 9 COSO á la puerta, movió sus hojas que cedieron á su im-
Penetro, procurando no meter ruido.
280 al corredor, llamó á la puerta de la antesala.
A permanecía en silencio. E
“Amó con más fuerza y esperó algunos momentos.
So Paciente, penetró en el aposento. Estaba desierto.
| id en la cámara de Guadalupe.
¡Dios a partido! exclamó lleno de amargura, ¡se la han llevado!...
enter Mio, tú me castigas!... acaso no están lejos de aquí... ¡mi vida
_¿5%4 por esa mujer que es el aliento de mi existencia!
XI.
us corriendo á la calle, delirante, encontró á un capitán de s
cla que siempre le acompañaba. A