E AN AO MATIOS
—Drik, le dijo, á caballo al momento, vuela á arrancar á Guada-
lupe de los brazos del guerrillero; ha partido para siempre, es ne-
cesario salvarla!
El capitán echó á andar precipitadamente, montó en su árabe,
y acompañado de veinte jinetes, salió á todo escape en pos de Pablo
Martínez que ya llevaba una hora de caminar violentamente.
CAPITULO TERCERO.
El general Eduardo Fernández.
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Aquellas chusmas hambrientas y cubiertas de harapos que ha-
bían vivido durante cuatro años en la miseria más horrorosa,
aquellos grupos de hombres que no habían pasado un solo día sin
disparar su mosquete, se organizaban en cuerpos de ejército y ya
habían alcanzado multitud de victorias en los campos y sierras de
Michoacán, mientras que sus compañeros de los otros ángulos de
la nación, rehacían sus filas y combatían diariamente al enemigo
común, que falto de moral y de aliento, cedía el terreno palmo d
palmo en una derrota anticipada.
Porfirio Díaz había burlado su prisión y Ojaca sintió estremecerse
al escuchar los cascos del caballo de batalla del joven héroe.
La frontera estaba incendiada. 0
Escobedo y los otros caudillos atacaban las plazas y ponían en
conflicto al imperio. :
Riva Palacio se armaba, y posesionado de los pueblos de Michoa-
cán, se lanzaba con la velocidad del rayo sobre las ciudades, ha-
ciendo presas magníficas que se tenían como el sostén de la inter-
vención y del imperio.
En el Pacífico, Corona, con Granados, Toledo y Martínez, tenía
en jaque á los franceses y amagaba á Lozada, después de una su-
cesión de triunfos increíbles por la audacia y la pericia militar. ,
Esto pasaba después que García Morales'y Sanchez Ochoa hi
cieron huir desmantelada á la magnífica fragata de guerra «La
Cordeliere» en las aguas de Mazatlan.
Tabasco no había visto flotar en sus palacios la bandera de 105
grifos, y se sostenía heróicamente delante de una escuadrilla sil
ceder un solo momento ni abdicar de su credo republicano.
Jimenez, el virtuoso, el valiente, el modesto general suriano, foco
donde convergían la juventud y el patriotismo de lo hijos del ES”.
tado de Guerrero, luchaba en las inaccesibles montañas de esa zond
privilegiada ; mientras que Altamirano y otros jefes expediciona-
ban con éxito en toda la Tierra Caliente. ;
Las guerrillas asediabah la capital del imperio á una legua 08
distancia, llegando su arrojo hasta el grado de haber esperado baj0 do
los arcos del acueducto á que pasase la carroza de los archiduque?
para arrebatarlos al trono y llevárselo como una ofrenda al pres
dente de la República.
Todos aquellos héroes que no pensaron nunca en reconocer al im-
perio, ni se marcharon fuera del país aterrorizados al choque Y
las armas francesas, formaban el núcleo de la reacción republi-