il EL CERRO DE LAS CAMPANAS | RAT
CAha, que á pesar de tanta derrota y descalabros se anunciaba ven-
cedora en el porvenir. y :
á nave de la república llegaba sobre un mar inquieto de san-
Ste á las playas de la victoria. :
¿A diplomacia aun no resolvía la cuestión ; pero en México acon-
la lo que en el estadio de los griegos, el pueblo conocía á la
a vista de los gladiadores por quién se decidiría el triunfo.
lentras la Francia sostuviera con sus bayonetas el trono, la
“Tra se prolongaría indefinidamente.
d lego que ese apoyo faltare, cediendo á su peso de gravedad se
“Trumbaría entre los escombros de la intervención.
IT.
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El Sucesor de Abraham Lincoln, libre ya de los temores de una
SUerra intestina, había abierto la cartera de relaciones y resuelto
*Dérgicamente en nombre del pueblo de los Estados-Unidos los
e Untos de México, sonriendo con desdén al ver en las notas el
indor con que el primer hombre de Estado, Napoleón III, había
dMenazado á la raza anglo-sajona y querido borrar de los proto-
colos de la Unión la doctrina Monroe, como había destrozado el
ódigo republicano el 2 de Diciembre de 852.
Os hombres que se habían comprometido en el negocio del im-
frio comenzaban á levantar el campo, y los especuladores que dos
ños antes llegaban en parvadas en pos de los millones del em-
PTéstito, tornaban á Europa como las golondrinas á los primeros
Plos del otoño.
“stas fugas ponían de peor condición los asuntos y despresti-
de Dan al imperio, haciendo perder la fé aún á los más acérrimos
tlensores de la monarquía.
a balanza se inclinaba, y ya Paso del Norte comenzaba á verse
Mo la estancia accidental del presidente de la República.
tri Orrían muchos rumores acerca del enganche del cuerpo aus-
lo aco y la retirada del ejército francés; aungue nada aparecía en
S diarios oficiales.
momento de la crísis se aproximaba, y el imperio y la repú-
se prebaraban, como un piloto al ver una nube en el hori-
que pronto debe cenirse en los soplos de la tormenta.
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Z0nta
a general Eduardo Fernandez había sabido que su novia era
Ma, de honor de la emperatriz Carlota. :
a “duardo no había dicho una sola palabra, se propuso olvidar á
- Quella mujer.
e O todo enamorado, levantó castillos en el aire, se le figuraba
de la corte de Maximiliano era igual á la de Luis XV, en que el
“Sorden y la corrupción formaban la atmóstera de Vincennes.
y de Parecía ver á multitud de caballeros galanteando 4 la dama
Andose de estocadas por una sonrisa, por una mirada. :
ñaba con las citas en el bosque de Chapultepec y en los jardi-
yt '£ palacio, billetes amorosos y besos en las manos, serenatas
Odo ese escándalo de las cortes europeas. noO
Mod hubiese llegado á las puertas del palacio y hubiera visto unos -
cio Cstos chambelanes atrojados con el uniforme y las condecora-
“268, estar sumisos á la órden del ceremonial, sin levantar la