POR EL HONOR DEL NOMBRE
asaltado por infinidad de tamilias desconso-
ladas, se ocultaba, temiendo quizá ceder.
8, Joven no ignoraba esto, pero no la in-
quietaba, porque Chanlonineau le había da-
do una palabra—de la que él se había ser-
"Vido—y que en las ¿pocas nefastas era un
talismán que hacía abrir las puertas más
Obstinadamente cerradas.
En el vestíbulo de la casa del duque al-
gunos lacayos charlaban y se paseaban.
—Soy la hija del señor Lacheneur—dijo
María Ana,—y he de hablar inmediatamen-
be al señor duque respecto a la conspira-
Clón...
—El señor duque no está.
E —Venía a hacerle importantes revelacio-
68.
La actitud de los lacayos cambió brusca-
Mente.
—Si es así, tenga la bondad de seguirme,
Señorita—dijo uno de los criados.
_Precedida del criado, cruzó dos o tres ha-
itaciones hasta que por fin abrió la puerta
e un salón diciendo: «Entre», y entró...
No era el duque el que estaba en el salón,
Sino su hijo Marcial, que, tendido en un ca-
hapé, leía un periódico a la luz de las seis
bujías de un candelero. Al ver a la joven,
Se incorporó bruscamente más pálido y más
burbado que si la puerta hubiese dado paso
2 un fantasma.
—I Usted aquí !...—balbució.
Pronto dominó su emoción, y en un se-
gundo su espíritu recorrió todos los posibles.”
—¡Ha sido preso Lacheneur !—exclamó.
—Y usted, sabedora de la suerte que le re-
Serva el Consejo de Guerra, se ha acordado
de mí. Se lo agradezco, querida María Ana,
su confianza no será defraudada. Tran-
Quilícese, salvaremos a su padre, yo se lo
prometo, se lo juro... ¿Cómo? lo ignoro aún.
¡Qué importa !... Preciso será que se salve,
Puesto que yo la quiero... :
Expresábase apasionadamente, dejando
esbordar la alegría que experimentaba, sin
Pensar en lo que tenía de ofensivo y cruel.
—Mi padre no ha sido preso—dijo fría-
Mente la joven.
. —Entonces—dijo Marcial vacilando—¿ ha
sido Juán a quien han preso?...
—Mi hermano está en salvo y no caerá
£h manos de sus perseguidores si sobrevive
2 sus heridas...
- En el tono de María Ana comprendió el
de que estaba entérada del duelo. No
rató de negarlo, pero sí de disculparlo.
—Su hermano me provocó—dijo ;—yo no
Juería... no hice más que defender mi exis-
211
tencia en un combate leal, y con armas
iguales...
María Ana le interrumpió.
—Yo no le reconvengo, señor marqués.
—¡ Pues bien!... yo sí tengo de qué re-
procharme... Juan ha tenido razón al pro-
vocarme, puesto que había adivinado mis
esperanzas... Sí, yo estaba decidido a que
usted fuese mía... pero era porque no la co-
nocía, María Ana... La creía como a las de-
más, ¡a usted, tan casta y tan pura!...
El marqués trató de apoderarse de su ma-
no, pero la joven le rechazó con horror y se
echó a llorar amargamente. Después de tan-
tos golpes que la herían sin descanso, éste,
el último, era el más terrible y el más dolo-
rOSO. : ;
¡Qué humillación y vergúenza para Ma-
ría Ana era la apasionada alabanza de Mar-
cial! «Casta y pura»—decla.—¡ Amarga irri-
sión !... Aquella misma mañana había crel-
do sentir a su hijo en el seno. Pero Marcial
no comprendió el verdadero significado del
movimiento de aquella infeliz.
—¡ Oh! Su indignación es justísima—pro-
siguió con creciente exaltación ;—pero si le
he inferido una injuria, es porque quiero ofre-
cerle la reparación... Confieso que he sido
un loco, un vanidoso, porque la amo. Soy
marqués de Sairmeuse y tengo millones.
María Ana, ¿quiere usted ser mi esposa?...
Maria Ana escuchaba loca de estupor. El
vértigo se apoderaba de ella, y le parecía
que su razón vacilaba al soplo desencade-
nado de todas aquellas pasiones. Poco tiem-
po antes Chanlonineau, desde el fondo de
su prisión, le gritaba que moría por ella...
y en aquel instante Marcial pretendía sacri-
ficarle sus ambiciones y su porvenir.
El joven marqués se había callado... Lle-
no de esperanzas aguardaba una respues-
ta... pero María Ana permanecía muda, in-
móvil y helada.
—¡ No me contesta ! —prosiguió con nueva
vehemencia.—¿ Duda de mi sinceridad ? ¿Te-
“me a la oposición de mi padre?... Yo sabré
arrancarle su consentimiento. Además, ¡ qué
nos importa su voluntad ! ¿No soy indepen-
diente, no soy rico, inmensamente rico?...
Sería un estúpido si vacilase entre unas pre-
ocupaciones tontas y la dicha de mi vida...
Era evidente que se esforzaba en prever
todas las objeciones para combatirlas y des-
bruirlas...
—¿Le inquieta su familia ?—prosiguió.—
¿Su padre y su hermano están perseguidos
y les está prohibido permanecer en Fran-
cia?... ¡Pues abandonaremos la Francia y