LOS QUINIENTOS MILLONES DE LA BEGUN 127
Guatro segundos después, una masa obscura pasaba por
las alturas del cielo, y, rápida como el pensamiento, se perdía
mucho más allá de la ciudad, produciendo un siniestro sil-
bido.
— ¡Buen viaje! — exclamó Marcelo, prorrumpiendo en
una carcajada—. Con esa velocidad inicial, el obús de Herr
Schultze, que acaba de traspasar los límites de la atmóstera,
no puede caer ya en el suelo terrestre...
Dos minutos después, se dejaba oír una detonación comc
un trueno sordo, que parecía haber salido de las entrañas de
la tierra.
Era el ruido producido por el cañón de la Torre del Toro,
y aquel ruido llegaba trece segundos después que el proyectil,
el cual recorría el espacio a una velocidad de ciento cincuenta
leguas por minuto.
XI
«MARCELO BRUCKMANN AL PROFESOR SCHULTZE, STAHLSTATD
»Me parece conveniente informar al Rey del Acero de que,
afortunadamente, pasé anteayer la frontera de sus posesiones,
prefiriendo mi salvación a la del modelo del cañón Schultze.
»Al formularle mi despedida, faltaría a todos mis debe-
res si no le hiciese conocer, a mi vez, mis secretos; pero esté
usted tranquilo, pues no pagará ese conocimiento con la vida.
»No me llamo Schwartz ni soy suizo. Soy alsaciano. Mi
nombre es Marcelo Bruckmann. Soy un ingeniero aceptable,
si se le ha de creer a usted, y, ante todo, soy francés. Se ha
constituído usted en el enemigo implacable de mi país, de mis
amigos y de mi familia. Abriga odiosos proyectos contra todo