Retiró la Morena el espejo y Juan el Matarife dió un
grito.
El espejo estaba empañado.
Habíase exhalado aliento de aquel pecho... el ahoga:
do no estaba muerto.
—No ha muerto, hijos míos—dijo la tabernera;—
pero nos va á costar mucho trabajo salvarle. Encen:
ded 'una buena fogata. Además, 'hay que envolverle
en mantas y al mismo tiempo le vamos á dar fuertes
friegas.
—¿Qué nos importa 4 nosotros que haya un hombre
más ó6 menos?—gruñó el Pastelero.
—Habla por ti, Pastelero—contestó la Marica, —que
eres viejo y además feo, mientras que éste...
El jefe de los asoladores no respondió á esta inso-
lento salida. La Marica se permitía muchas libertades
con él, : >
Juan el Matarife se puso en pie, diciendo:
—Es preciso salvarle.
—¡ Ya lo creo!—respondió el Notario con un entusias-
mo muy raro en él.
—Pero ¿ quién es ?—preguntó el Pastelero, animado por
creciente furor.
—Un hombre al lado del cual tú no eres más que
un holgazán que no vales para nada—dijo el Notario.
—¡Mo estás insultando 1—aulló el Pastelero.
Los demás asoladores murmuraban sordamente.
—Según dicen, ese señor es Rocambole—dijo el Mus
heco.
Al oir ese nombre; apagóse la cólera del Pastelero
lo mismo que una antorcha que se mete en el agua.
—¡El! ¡Rocambole 1-—balbuceó.
Mientras tanto las dos mujeres habían empezado su
tarea llevando el cuerpo inanimado al lado del fuego;
en el que el Muñeco echó un haz de leña.
La Morena cogió las mantas de una cama que había
en un rincón de la sala y al mismo tiempo con la