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El Muerte de los Valientes fué el primero que saltó
á la barca y empezó á desatar la amarra.
Rocambole le detuvo con un gesto.
—Si necesitamos más de media hora para ir á Ville
neuve-Saint Georges—dijo,—es inútil.
Y con el ademán impidió que los otros dos embar-
casen,
—Pero, patrón—observó el Muerte de los Valientos.
+—¿Qué más da una hora ó dos?
Rocambole llevaba el reloj bajo su blusa y vió que
no eran más que las diez y media.
—Cogeremos los remos—dijo el Muñeco,-—y yo 03
respondo de que iremos muy deprisa.
—E3 que no hay tiempo que perder,
'"—¡Ah!—exclamó el Guillotinado.
—Porque no somos nosotros solos los qua hemos
olfateado el asunto.
Inmutáronse los tres bandidos al oir estas palabras,
y Rocambole añadió:
—/ Visteis esos dogs hombres que estaban bebiendo
en la taberna ?
—5í, y á mí se me figuró que eran, vascos—dijo el
Muerte de los Valientes.
—Y yo no entendí ni una palabra de la jerga que
hablaban—dijo el Muñeco.
—Ni yo—añadió á su vez el Guillotinado con la ma:
yor indiferencia,
—Pues bien, yo sí la entendí—dijo Rocambole.—
Comprendí y oí cuanto decían, y ahora sí que es pre-
ciso que los tres me obedezcáis como un solo hom-
bre—añadió con acento autoritario.
—Haced una seña y exterminaremos á quien orde-
nóis—contestó el Guillotinado.
—¿Queréis que me eche de cabeza al agua ?—dijo
Ss Muerte de los Valieñtes.
+=No, A embarcar y á remar de firme—ordenó Ro-
prieta