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»El marqués seguía viviendo en el barrio de los Cam-
pos Elíseos.
»Tenía un hotelito al que se entraba por la calle de Su-
resnes y len cuyo jardín, bastante grande, había una puer-
tecita que no usaba más quie el marqués.
»Por esta puertecilla era por la que salía cuando venía,
á verme.
»Por allí fué por donde entré,
»No era tampoco la primera vez que entraba en su
casa, por más que las precauciones infinitas que toma-
ba para ocultar á su hijo, le imponían el deber de dar-
me á conocer lo menos posible.
>»Había tenido la curiosidad de visitar pocos meses an-
tes el hotel, y Gastón, cuya servidumbre era poco nu-
merosa, me llevó á su casa un domingo por la tarde
mientras sus criados estaban de paseo.
»Luego estuve varias veces más, pero no con mucha
frecuencia.
»Así, pues, fué por el jardín por donde entramos aque--
la noche, y desde el invernadero pasamos al interior del
hotel.
»En éste reinaba un profundo silencio.
»—Todo el mundo ha salido—me dijo Gastón,—y pre-
fiero que sea así. Cuanto menos te vean, más tranquilo
estaré por mi hijo.
»Atravesamos á obscuras el vestíbulo, y dándome Mau-
revers la mano penetramos en un gabinete situado en el
cuarto bajo.
»AMí fué donde se procuró luz y encendió los candela-
bros que estaban sobre la chimenea.
»Aquel gabinete era una habitación muy espaciosa que
participaba á la vez, por su mobiliario, del saloncito de
fumar y del despacho,