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XVI
Esta última cogió 4 Gipsy de la mano diciéndola:
—¡Ven!
Gipsy estaba como atacada de atonía, mas, sin
embargo comprendió que se preparaba algo para
ella,
Al verse en presencia de una mujer recobró al-
gún valor pues prefería tenérselas que haber con
una persona de su sexo que con aquel hombre que
la amenazara poniéndola al cuello la punta del
puñal,
Esto, aparte de que no pasó Gipsy impunemente
toda la infancia y la adolescencia en campañía de
gitanos y de gente dedicada á decir la buenaven-
tura, á echar las cartas y á practicar sortilegios,
sin volverse supersticiosa y creer en la fatalidad.
A los tres cuartos de hora de hallarse en poder de
aquellos desconocidos, decíase Gipsy:
—He merecido mi muerte, pues si no hubiese
engañado á mi protector y abandonado mi cuarto
sin avisarle, estaría aún en libertad.
Inclinó la cabeza bajo aquel castigo del Destino,
y, sin fuerza ni voluntad, siguió á la de las pulse-
ras y ajorcas de oro á donde ésta quíso llevarla,
La hizo atravesar el jardín y no se detuvo hasta
que llegaron á los peldaños de una corta escalinata
que precedía al vestíbulo de la casa,
El raptor de Gipsy había desaparecido ya y la
india abrió la puerta del vestíbulo y empujó á la
joven haciéndola entrar,
Entró Gipsy y se encontró en el dintel de una
sala muy grande semejante á todas las de la mayo-
ría de las casas inglesas, alhajada con armarios y
sillas de nogal, las paredes barnizadas y el pavi-
mento encerado,
La vista de todo aquello tranquilizó algo á Gipsy.
La de los brazaletes de oro dejó la lámpara so»
bre un velador y dijo en inglés á la joven;
—¿Cómo te llamas?