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Y al mismo tiempo se acercó rápidamente a los
labios una sortija que tenía en un dedo.
Se engañó sir Jacobo con aquel gesto, y creyó
que la piedra de la sortija encerraba algún ve-
neno fulminante.
Y no era sólo la muerte de Vanda lo que
deseaba.
Tenía además poca confianza en sí mismo, y
fuése a sentar al otro extremo de la habitación
y al lado de la mesa en que estaba servido el té.
¡Ah! Conque, ¿tienes un hijo ? —preguntó.
Sí-—contestó Vanda.
¿Y le quieres ?
¿Acaso una madre ama a otra cosa que no
sea a su hijo?
¿Y Rocambole le tiene en su poder ?
Sí.
Entonces, fué por miedo a que Rocambole
matase a ese hijo por lo que...
Despertáronse los instintos brutales del anglo-
indio y se fueron desarrollando por grados.
Su mirada codiciosa, acariciaba los hombros
espléndidos de Vanda, y sus fauces dilatadas,
parecían embriagarse con los voluptuosos eflu-
vios que esparcía a su alrededor aquella belleza
altiva.
En aquellos momentos dominábanle a la vez
sentimientos que tenfan mucho de fanático y
de satánico.
Lo satánico del hombre que no retrocede ante
ningún crimen; lo fanático del fakir que quiere
acariciar a su ídolo antes de romperlo.
Habla —dijo,—habla... pero sé breve; ¿qué
es lo que quieres que haga por tu hijo ?
Comprendió perfectamente Vanda que estaba
condenada, y que aquel hombre, que se detenía
vacilando un momento, volvería a la carga furio-