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Arrancó Vanda una hoja del librito de me-
morias, y dijo a Felipota:
Coged ese tizón y alumbradme.
Y escribió con lápiz en la hojita de papel
el nombre del mayor Avatar y las señas.
Luego, debajo, en ruso:
«Sigue a esta mujer. »
Ahí tenéis eso; idos de prisa—ordenó a la
mendiga, dándola el papel.
—Pero, ¿y si no está?-—observó Felipota.
Estará sin duda un criado; un hombre ya
viejo y grueso, que sabrá en dónde encontrar
a su amo.
Está bien; me marcho—dijo Felipota, que
tiró el tizón y alargó la mano, diciendo: —¿No
me daréis siquiera una de esas amarillas ?
No—respondió Vanda;—por la razón de que
os la gastaríais entrando en cuantas tabernas
encontraseis al paso, y estaríais borracha perdida
cuando llegaseis a casa de mi hombre.
--Es muy posible—dijo ingenuamente Feli-
pota.
Cuando volváis —añadió Vanda, —os daré
cuanto llevo encima, además de lo que os dé
mi hombre.
Está bien—respondió Felipota, tomando su
partido.
Y su voz, al decir esto, tenía un “acento tal
de franqueza, que no .dejó la menor duda a
Vanda.
Se apoderó luego del papel y añadió:
En seguida estoy de vuelta.
¿Qué hora será ahora ?-—preguntó Vanda.
Alrededor de las once.
Vanda respiró más a sus anchas.
No se había presentado nadie con su comida,
y no era probable que a aquellas horas fuesen,