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Puesto que miss Elena iba a las Tullerías a
vera María Berthoud, era señal de que no “la
conocía.
A una joven en cuyo brazo se apoya Un 'ql-
ciano medio ciego, se la conoce fácilmente.
Así, no vaciló un momento miss Elena, y se
dijo:
¡Es ella!
Y habría dicho lo mismo aun cuando no la
latiera el corazón al verla.
Adivinó Rocambole lo que pasaba en su ánimo
y la agitación que la dominaba, y lo adivinó
con mayor facilidad porque antes de bajar desde
la terraza del jardín la vió que se echaba sobre
el rostro el velillo del sombrero.
El encaje del velo era lo bastante tupido para
ocultar algo los rasgos del rostro y hasta aque-
lla emoción que hacía un momento experimentara.
Después de pascarse algunos minutos por el
jardín, María guió a su padre a la primera fila
de sillas colocadas al sol y en la parte inmediata
a la gran avenida.
Después dirigió una tímida mirada a su alre-
dedor.
A su vez miss Elena fuése a sentar a poca
distancia, y lo único que hizo, fué colocarse al
pie de un árbol que la ocultaba casi por completo.
Desde el sitio en que se hallaba, podía escu-
char la conversación de María y ver a ésta sin
que la joven la viese.
Cuando Rocambole las vió así colocádas, co-
gió del brazo a Juanón, y le dijo:
¡Vámonos !
Volvieron a la calle del Dauphin, y encontraron
el carruaje que les estaba aguardando delante de
la iglesia.