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puesto que parecía que su muerte era de la vís-
pera?
Esa pregunta, que fué la que se hizo el turbado
espíritu de Gustavo Marión, era la complicación
completa de aquel enigma espantoso.
Y mientras tanto la Hermosa Jardinera en pie,
con mirada centelleante y contrayendo desdeño-
samente los labios, decía con acento enérgico:
¡Miradle y fijaos bien! ¡miradle bien!
El terror hacía castañetear los dientes de Gus-
tavo Marión.
Puede que en aquel momento, tuviese más mie-
do de la mujer que le hablaba, que del muerto
al que estaba contemplando.
De pronto le cogió la mano.
—¡Ahora escuchadme!—le dijo.
Y su voz tenía como un silbido metálico, mien-
tras que síu mirada abrasaba los ojos del joven,
que intentó balbucear algunas palabras, pero sus
labios no le ayudaron, porque apenas se entre-
abrieron.
La Hermosa Jardinera continuó:
—Desde hace un mes venís todos los días á esta
casa, con el pretexto de comprarme flores.
»Desalentado por mi frialdad, sobornasteis á uno
de mis criados, y gracias á este medio, llegasteis
hasta esta habitación.
»0s creísteis que íbais tras una aventura de amor,
y os encontráis con un cadáver; ¿estáis ya curado?
Y en la voz de aquella mujer, al decir esto, tras-
lucíase una ironía cruel
Observó que no le respondía, y que palpitaba
bajo la mirada, que hacía estremecer todo su cuer-
po, y añadió:
—Si es que queréis llegar á viejo, vais á hacer-
me un juramento.
Gustavo Marión fijó en ella una mirada medrosa,