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»—Por consiguiente, los hombres que hablan
encima de nosotros, deben de ser adictos á su per-
y
sona.
»—No digo que no—replicó Nadir,—mas ¿cómo
poder probar que estamps revestidos de la con-
fianza de Osmany?
»—Y sobre todo, no teniendo ya el anillo—in-
diqué.
»—Por otra parte—prosiguió Nadir,—¿has refle-
xionado una cosa?
»—¿ Qué?
»—Que hace diez minutos podíamos estar se-
guros que los tesoros del rajah habían seguido
el camino que nosotros.
»—Esto está fuera de duda. Mas al presente no
lo estamos tanto.
¿Por qué?
»—Porque como el cafmino se ha bifurcado, po-
dría muy bien ser que en vez de esta rula, fuera
otra la que siguieron los tesoros del rajah.
»—Tienes razón—respondíle.—Y bien, ¿qué ha-
cer?
»Nadir reflexionó un momento.
»—Yo sé quién eres, y que tienes dadas prue-
bas de valiente; dos hombres como nosotros, de-
ben saber hacer frente á numerosos enemigos.
»—Estoy decidido,
»>—¿A qué?
»—A levantar la tapa.
»—Sí, pero me falta el puñal, y voy á buscarlo
—y siguiendo el hilo conductor, se alejó de mí,
para ir en su busca.
»Entre tanto, yo oía los pasos y ruido sobre mi
cabeza, y podía entenderles á través de la bóve-
da, y me puse á escuchar atentamente.
»Yo sé el inglés y todas las lenguas de Euro-
pa, y comprendo perfectamente el indostán y sus