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—De manera—decía el Hombre Gris,—aue m0
podéis contar con nadie en Bath field, Ñ
—Con nadie.
—¿Ni con un preso?
—Menos aun. q pe
—¿ Y el portero del rastrillo?
-—Renegó de Irlanda, y tiene tanto apego á su
colocación que sería capaz de entregarnos á todos
con tal de conservarla.
—¿ Y qué medio es el que tenéis para hacer que
entren los trabajadores en el molino ?
—El siguiente—respondió Bardel.—El molino tie-
ne cuatro cilindros.
.—Ya lo sé.
—El eje de cada uno está empotrado en un mu-
ro muy grueso, y uno de esos muros está cuartea-
do. Si se detuviese de pronto la máquina, podría
muy bien suceder que la pared cediese y se vi-
niese abajo.
—¿ Y cómo hacer para que la máquina se de-
tenga de una manera brusca?
—Es muy fácil.
—Sepámoslo.
'—Todas las noches y len virtud de mi cargo de
jefe de los carceleros, hago una ronda por las
salas de corrección y por los talleres. Algunas ve-
ces me acompañan dos carceleros y otras voy so-
lo. Como los presos se han acostado ya, las salas
están desiertas. Supongamos que una noche guar-
do tuna cuña, un pedazo de hierro, una cosa dura,
en fin, en mi bolsillo.
—¿Y qué pasa?
—Que meto ese cuerpo duro en el engranaje del
cilindro,
—No me parece mal.
—Y al día siguiente, al dar la tercera vuelta! el
cilindro, se disloca la máquina, produciendo el
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