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No pasó desapercibido para sir Roberto M...,
subgobernador de Newgate, el movimiento de re-
pulsión hecho por sir Harris que, al ver el ca-
dáver retrocedió con mucha viveza.
Le cogió del brazo, y sonriendo, le dijo:
—No temáis nada; los muertos no son temibles.
Ese cadáver es del pobre Olivier, á quien dimos
el adiós esta mañana.
El individuo al que en la carta de recomen-
dación del corresponsal de sir Harris daban el
calificativo de médico, entró atrevidamente en la
celda.
Sir Harris se quedó en la puerta.
—Dispensadme—dijo á sir Roberto M...,—pero
esto es más fuerte que yo. Me repugna mucho
encontrarme de manos á boca con un cadáver.
—Falta de costumbre—dijo el jovial subgober-
nador.
—Y además—añadió sir Harris, —he conocido á
ese desdichado. :
—¡Ah! ¿Le conocisteis? :
—Sí, fué dependiente mío.
Y como sir Roberto observase que el rostro de
su interlocutor íbase poniendo cada vez más som-
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