— 172 =
—Está bien; ayudadme á vestir.
Y animosamente, abandonó el lecho.
En un abrir y cerrar los ojos estuvo vestida.
Y, no obstante, no se había enterado de lo que
decía la misteriosa carta.
Obraba como si de antemano supiese lo que en
ella le decían.
En el momento en que acababa de vestirse, lla-
maron discretamente á la puerta.
El que llamaba era lord Palmure.
Este parecía hallarse hondamente conmovido,
—Dad orden para que inmediatamente engan-
chen mi coche. ,
Dijo lady Elena á la doncella, que se apresuró
á cumplir la orden.
' Padre é. hija quedáronse solos entonces.
—Estás muy pálida, hija mía—dijo el noble lord.
—Estaba durmiendo muy á gusto, como que ape-
nas hacía una hora que me había acostado.
—Sí, pálida y emocionada—añadió Palmure.
—No sé, padre mío, qué es lo que no daría en
estos momentos por no estar afiliada á esa so-
ciedad—dijo lady Elena.
—Tened presente, hija mía—respondió lord Pal-
mure,—que la aristocracia inglesa es la única ins-
titución que permanece en pie é intacta en nuestro
siglo, habiendo conservado sus privilegios y ri-
quezas.
¿Y sabéis por qué?
Pues por la sencilla razón de que supo cumplir
sus deberes; porque al llegar ciertos y determi-
nados momentos, sabe descender hasta el pueblo
tendiéndole la mano, y porque tuvo el valor de
aceptar algunas misiones que me atrevería á cali-
ficar de heroicas.
—Tenéis mucha razón, padre mío, así es que
procuraré estar á la altura de la mía—respondió
lady Elena.