II. 4
e 198
antes, nadaba entre dos aguas, aprovechando la
obscuridad y haciendo el menor ruido posible.
; Juan el mendigo le seguía de cerca.
Era buen nadador y tenía en mucho su presa
para renunciar sin lucha á ella.
En medio de las opacas tinieblas que reinaban
bajo la arcada del puente, empezó una lucha; ver-
daderamente fantástica.
Nadabia el Dandy con mucha agilidad y el men-
he digo le seguía de cerca.
No se veían el uno al otro, pero se ladivinabarm
E gracias al ruido que producía el agua al ser agi-
' tada por ellos.
Ñ —=Al cabo conseguiré alcanzarte—decía Juan y
de gritaba en seguida: —¡A mí los de la lancha!
La lancha había podido detenerse al fin.
El Dandy entre tanto se deslizaba: como unal
anguila por entre las embarcaciones amarradas
y de pronto Juan el mendigo dejó de oirle.
Había logrado subir á un bote y, mantenerse
oculto en su fondo.
* —¡Granuja! ¡Miserable lord! — gritaba Juan al
que iba entumeciendo el frío.—¡Ya te cogeré!
En la lancha habían encendido el fanal de popa
y retrocedía bajando el puente,
De pronto la claridad del fanal disipó las tinie-
blas que reinaban bajo el arco y Juan dió un
grito. Acababa de ver al Dandy de pie en una
barca.
—¡Ya te tengo!—exclamó.
Y en dos brazadas llegó á la embarcación y se
agarró al borde de ésta.
El Dandy echó mano á un remo que había en
el fondo del bote y en el momento que Juan el
mendigo sacaba el cuerpo fuera del agua, dió un
grito terrible. El Dandy le había asestado en la
cabeza un golpe muy fuerte con el remo y las