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gular. El niño no experimentó ni laxitud' ni soño-
lencia, ni ninguno de esos efectos que produce
la absorción de un licor falsificado; pero, en cam-
bio, su alegría fué en aumento, y al ver dormido
al mayor, se echó á reir hasta derramar lágrimas.
Las continuas relaciones de los ingleses con la
India, les han servido para arrancar á ésta más
de un secreto. En la India hay vegetales cuyo
zumo produce una locura momentánea que hace
perder la memoria, y una substancia de ese géne-
ro era lo que había mezclado lady Elena al vino
de Jerez, del que el niño acababa de beber me-
dio vaso.
Rodolfo perdió de pronto la memoria. |
Preguntó, señalando al mayor, quién era aquel
señor que dormía allí.
Miróse después á un espejo y se quejó de la
fealdad de su sotana.
Y la Sirena le dijo:
—Y á pesar de eso, no quieres quitármela,
—¡Oh! ¡Sí, si es muy fea!
¿No me dijiste que tu madre no quería?
—Mi madre...—balbuceó como queriendo alerrar-
se 4 un recuerdo fugitivo.
Y mirando á la Sirena, añadió:
—¡Mi madre! ¡Tú eres mi madre!
Y la abrazó.
Desde aquel instante dominó la Sirena' la situa-
ción. Llamó otra vez y se volvió á presentar la
doncella con el trajecito.
Rodolfo se quedó extasiado contemplándolo.
En un labrir y cerrar de ojos, las dos mujeres le
quitaron la sotana y las medias amarillas, y le
pusieron el precioso traje enviado por lady Elena,
—Ved,—le dijo la Sirena cogiéndole de la mano,—
que vamos á pasear.
—¿A dónde quieres llevarme, mamá?
—A Hydo Park,
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