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y llamándole excelencia.—Venid,—añadió el Dan-
dy, —voy á acompañaros á vuestro camarote.
En el momento en que se dirigían á la escotilla
para bajar al interior del buque se presentó un
hombre, Era este Juan. Colden el libertador de Ro-
dolfo al que andaba buscando la policía hacía, un
mes.
—¡También estáis aquí! —exclamó la irlandesa.
—Sí, —respondió Juan Colden,—y esta noche es-
taremos al abrigo de los odios y, rencores' de la
libre Inglaterra, :
—Pero ¿4 dónde vamos?
—No lo sé.
Juana repitió la pregunta mirando al Dandy.
Pero éste replicó:
—No sé ni más ni menos que vos.
—¿ Cómo ?
—Recibí las instrucciones encerradas en un plie-
go y no debo enterarme de ellas hasta que esté
en alta mar. Mientras tanto el capitán tiene or-
den de bajar por el Támesis como si fuésemos á
Holanda.
Esperó Juana durante cuatro horas dominándola
entretanto vivísimas angustias,
A pesar de las seguridades del Dandy y de su
feo en el Hombre Gris, tenía miedo de que le hu-
beise sucedido algo á su hijo.
De pronto vieron aparecer á la orilla del río
'un, carruaje de cuatro ruedas que llevaba bajadas
las cortinillas,
—Es él, no* puede ser más que él, —dijo el
Dandy.
Y la irlandesa sintió que la latía con fuerza el
corazón pero esperó, tuvo confianza aun...
De pronto dió un grito de alegría.
Había visto que se apeaba del carruaje un hom:-
Dre y que llevaba á un niño de la mano,