A A A A ns , A O
eS , EA A
, 2 - y Pal die o CI 1 REI AN II A di
cristales resguardados en el interior por unas cor-
tinillas encarnadas.
Patricio, que había pasado todo el día encerra-
do en su casa, se levantó de al lado de la ¡2stufa
que roncaba alegremente á la sazón porque ha-
bía dinero y por lo tanto carbón y cok.
—Mira,—dijo 4 su mujer,—me voy á dar una
vuelta porque me duele la cabeza.
—Hace mucho frío, —respondió Isabel.
Me abrigaré bien.
Además, no me doy cuenta del por qué, pero
preferiría que no te movieses de aquí, —añadió su
mujer,
-—Tengo sed.
—Encima de la mesa hay un jarro lleno de cer-
veza negra.
—La cerveza que se bebe en casa parece que
apaga menos la sed que la que se toma en la
cervecería.
Isabel suspiró.
¡Dios mío!—murmuro.—¡Qué tercos son los
hombres!
¡Ah! ¡Esta si que es buena!- exclamó Patri-
cio malhumorado,—¿Y por qué no quieres que
salga ?
—Ya te lo dije; no lo sé. Fué una idea que se
me ocurrió,
—¡ Valiente idea!
-—Y tengo como un presentimiento esta noché,
¿A propósito de qué? :
—Me parece que esta mañana ese presbítero ir-
landés desconfió de algo.
Estremecióse Patricio.
—No sé por qué, pero se me figura que lady
Elena te dió lima mala comisión al encargarte que
avisases áiese clérigo que Nichols y los otros sa-
bían que Colden estaba en el campanario de San
Jorge, —continuó diciendo su mujer,
a RS
A A