Full text: La señorita Elena (5)

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cristales resguardados en el interior por unas cor- 
tinillas encarnadas. 
Patricio, que había pasado todo el día encerra- 
do en su casa, se levantó de al lado de la ¡2stufa 
que roncaba alegremente á la sazón porque ha- 
bía dinero y por lo tanto carbón y cok. 
—Mira,—dijo 4 su mujer,—me voy á dar una 
vuelta porque me duele la cabeza. 
—Hace mucho frío, —respondió Isabel. 
Me abrigaré bien. 
Además, no me doy cuenta del por qué, pero 
preferiría que no te movieses de aquí, —añadió su 
mujer, 
-—Tengo sed. 
—Encima de la mesa hay un jarro lleno de cer- 
veza negra. 
—La cerveza que se bebe en casa parece que 
apaga menos la sed que la que se toma en la 
cervecería. 
Isabel suspiró. 
¡Dios mío!—murmuro.—¡Qué tercos son los 
hombres! 
¡Ah! ¡Esta si que es buena!- exclamó Patri- 
cio malhumorado,—¿Y por qué no quieres que 
salga ? 
—Ya te lo dije; no lo sé. Fué una idea que se 
me ocurrió, 
—¡ Valiente idea! 
-—Y tengo como un presentimiento esta noché, 
¿A propósito de qué? : 
—Me parece que esta mañana ese presbítero ir- 
landés desconfió de algo. 
Estremecióse Patricio. 
—No sé por qué, pero se me figura que lady 
Elena te dió lima mala comisión al encargarte que 
avisases áiese clérigo que Nichols y los otros sa- 
bían que Colden estaba en el campanario de San 
Jorge, —continuó diciendo su mujer, 
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