ROULETABILLE Y LOS GITANOS 211
-—Ni yo—repuso ingenuamente Rouletabille —. ¡Sí que
es de todo punto singular!
—A este propósito, señor, usted que visitó con fre-
cuencia el Antiguo Castillo Nuevo y tuvo frecuentes
ocasiones de ver a la señorita de Lavardens en traje de
velada, ¿reparó usted si tenía una señal en la espalda?
—Noté, sí, que no tenía ninguna—declaró Rouletabi-
lle—. Pero ¿por qué me lo pregunta?
-—Por nada o, mejor, sí... Me acuerdo de que el bo-
hemio, al cual dejé continuar solo su camino, dispuesto,
como estaba yo, a llegar aquí antes que él por otra ca-
rretera; me acuerdo que este hombre me dijo que los
cíngaros de Santas Marías habían logrado descubrir a su
reina, merced a la señal que llevaba en la espalda, y por
ello le pregunté si está usted seguro de que la señorita
Lavardens no tiene señal alguna. k
—Ninguna, se lo aseguro. Tiene la espalda tan blanca
y limpia como la nieve; al menos en lo que permite afir-
mar el casto descote de una joven... Pero, dicho entre
nosotros, aunque tuviera una señal en la espalda, me pa-
rece que no sería suficiente ese hecho para convertir en
cíngara a la heredera de los Lavardens.
—Señor, me he limitado a repetir lo que me contó en
su exaltación ese hombre.
-—Y ha hecho usted, bien, señor, porque de esta extra-
ña historia se desprende la necesidad que tenemos de
salvar lo más pronto posible a la señorita de Lavardens
de esa cuadrilla de fanáticos...