nes, obreros con trabajo, y de los más distingui-
dos: ebanistas, peluqueros, mecánicos, chófers...
—¡Qué me dices!
A, chico, sí; esto es una verguenza.
—Pero, hombre..., len Chamberí!
—En Chamberí, y en Valencia, y en Barcelona,
y en París, y en Berlín, y en todo el mundo está
pasando lo propio. ¿Tú no has oído decir que la
vida ha cambiado de ritmo? Pues éste es uno de
los ritmos nuevos de la vida de ahora.
Ritmos nuevos. 6 6 Y 0
En Eloy Gonzalo el bullicio. En Tra algar el
estrépito. Los tíos vivos, los columpios, la rueda
giratoria, la montaña rusa, La casa de los sus»
tos, La plataforma de la risa, cornetas, silbatos,
bocinas, campanas, timbres, ruido de engranajes y
de planchas metálicas, porrazos, golpes, y por en-
cima de todo los secos estampidos de los fulmi-
nantes.
—Chica, qué barbaridad —murmura Amparito,
aturdida—. Para volverse loca.
—Ya, ya, qué escándalo. Pero está bien, ¿verdad?
Sí; está bien. Todo está muy bien. Muy bien
los carrouseles con sus sillones de blando terciope-
lo y sus ¿góndolas elegantes que cabecean sobre el
oleaje de la muchedumbre. Teresita y Amparo han
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