cunloquios, ratimagos y habilidades que algunos
empleaban para conquistar a Amparito O, cuando
menos, conocer las razones verdaderas de su actitud
intransigente.
—¿Está usted comprometida?
—No.
—¿Tiene usted novio
—No.
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—Entonces, ¿por qué no quiere usted nada con-
?
migo? ¿Tan antipático le soy a usted?
—NIi antipático, ni simpático — contestaba ella
áspera y desabrida—. Me es usted indiferente.
—Por lo menos, franca.
—¿Por qué voy a decir otra cosa?
—Es mucho más amable y más castiza su her-
mana de usted.
—Pues entiéndase usted con mi hermana.
Casi siempre surgía la respuesta súbita, descara-
a y cínica:
—Por mi gusto me entendería con las dos.
| Amparito apuntaba una mueca de asco y enton-
ces la Justa intervenía para suavizar la charla con
una cucharada de dulzura o un grano de pimienta:
—No iba usted a poder. Somos las dos dema-
siado mujeres para un hombre solo.
—Vamos a verlo.
—¡Qué más quisiera usted!
—¿Pero de veras su hermanita no...?
—Nada, hijo mío; mi hermana no se decide.
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