100
pudo usted cometer el crimen que se le imputa, y pre-
tenden explicar con tal expediente los hechos y salvar
a usted.
—(QQue no me salven, no me importa ser condenado;
pero que no digan que yo la maté, porque no la habría
matado ni estando loco; que no expliquen nada a su
manera; que me crean, porque lo que yo digo es la úni-
ca, la sola verdad respecto de lo ocurrido. Le suplico,
señor Juez, que me conceda toda su atención y toda su
benevolencia para escuchar el relato de mis desventu-
ras, pues abrigo la esperanza de que usted me creerá
y me ayudará a vindicar mi nombre.
Mi triste historia es ésta: vivía con mi esposa y mi
pequeña hija Alicia, en una mezquina propiedad rural,
que apenas producía lo estrictamente necesario para
que hiciésemos una vida miserable. Mi Alicia era bue-
na, inteligente y muy bonita; deseaba educarla y ase-
gurarle un porvenir brillante, o cuando menos, poner-
la a cubierto de la miseria, para que no sufriera lo que
su madre y yo sufríamos. Todos los esfuerzos que hi-
ce para mejorar mi condición económica fracasaron y
era yo presa del mayor desaliento cuando estalló la re-
volución que acaba de pasar, y sin vacilación resolví
jugarme la vida en ella a cambio del porvenir de mi
hija. Al efecto, me pronuncié en contra del gobierno
declarándome general, y organicé, con mis escasos ele-
mentos, una exigua partida de hombres, que poco a
poco fué engrosando hasta constituir un respetable
grupo rebelde, entre cuyos miembros abundaban, natu-