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Letras
tierra, más allá uno se balancea entre
las ramas, otro de gran tamaño en me
dio de un círculo cual si fuera de goma
dá saltos de acróbata, otros dos se
persiguen y arrojan piedras de buen
tamaño y aquellos sonidos que, por su
pureza antes me admiraron, son ahora
siempre acompañados de los más ri
dículos y extravagantes gestos. Un gru
po de hembras llama extraordinaria
mente mi atención y admirado quedo
ante el instinto de amorosa ternura con
que las madres amamantan y cuidan a
los hijos.
Algo aún más interesante llegó a dis
distinguir en la mitad de la pendiente
que conduce al barranco, es a dos de
estos antropoídes, el uno es fuerte, mus
culoso de gran tamaño, el otro más dé
bil y pequeño, se hallan de los demás
aislados, no quieren tomar parte en la
estrafalaria fiesta, contentase el más
fuerte con acariciar al más débil y
ofrecerle frutas, se rascan mutuamen
te, se miran con fijeza y ridiculas mue
cas se hacen de continuo. El más débil
lanza un grito, el de mayor tamaño cae
sobre él y de una manera bestialmente
amorosa, ambos se van con los nervudos
brazos envolviendo. La región frontal
quedóse unida, unidas también que
dáronse las bocas, nerviosamente se
muerden en ellas buscándose los dientes.
Fué entonces cuando un nuevo grito de
gozo repercutió llenando con sus vi
brantes ecos toda la solemne majestad
del inmenso bosque. Fué entonces cuan
do aquellos dos seres en su sexual ca
ricia rodaron abrazados por toda la
pendiente. Un clamor incesante surge
por todos los ámbitos del espacio y en
aquel momento mis ojos observan de
que manera extraordinaria exterioriza
su alegría un nuevo antropoíde, que por
su aspecto parecía ser de todos ellos el
más viejo; hace, sin embargo, tal es
fuerzo por sentirse fuerte que la encor
vada espalda queda erguida y tal sen
sación lasciva experimenta ante el
abrazo que tiene ante sus ojos, que en
su feo rostro de viejo aparece brillando
una sonrisa. Golpea con sus brazos y
en sus gritos dice, que él, como más
viejo, no quiere que la raza de chimpan
cés se extinga, como se han extinguido
tantas otras especies, grupos y clases
intermedias, dificultando al hombre el
descubrimiento más colosal de los mo
dernos tiempos.
Amanecía, los primeros rayos del sol
comenzaban a apagar la luz de las es
trellas, allá lejos un nuevo horizonte
empezaba a distinguirse, mientras la
noche, majestuosamente, se iba despo
jando de sus sombras de encaje.
José Salafranca