Full text: 1.1915=Nr. 2 (1915000102)

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Letras 
lilis |UE m TKOHGI 
Me encuentro en la cubierta de un 
hernioso vapor de una gran nación 
■civilizada. 
Pronto el barco ha de virar con 
rumbo al viejo continente para desem 
barcar en importante mercado, los va 
liosos troncos de madera arrancados a 
estas selvas africanas. Pronto los ne 
gros salvajes verán de que manera se 
va alejando el rayo de civilización que 
vino a romper por unos instantes la 
solemne virginidad de aguas solo sur 
cadas por el sencillo y tosco cayuco del 
indígena. 
En el puente, un oficial rubio, de 
porte distinguido, eleva interrogando 
los azules ojos hacia el cielo y al con 
vencerse, de que al través de ese cielo 
hay algo que amenaza, frunce el ceño, 
crispa las manos y balbuceando una 
blasfemia, da con fiereza órdenes im 
periosas para que la marinería active 
sus trabajos. Es necesario abandonar 
rápidamente la accidentada costa; bien 
pudiera ser, que el Océano, burlándo 
se de la grandeza de la nave, hiciérala 
girones sobre puntiagudas rocas. 
La voz del oficial ha sido oída; 
brotan órdenes, repercuten voces en 
idiomas distintos. Los blancos desde la 
cubierta, mandan y recriminan a los 
negros, éstos con temor, cumplen su pe 
ligrosa misión sobre las aguas, junto 
a los mismos troncos de madera. 
Poleas, máquinas, grúas y cadenas, 
con las metálicas lenguas toman parte 
activa en el febril concierto, pero a 
pesar de la actividad desplegada, las 
hélices del barco aún no funcionan, es ne 
cesario que antes sean embarcados, unos 
troncos de madera que a modo de mons 
truosos cadáveres, aparecen flotando 
sobre el agua. 
Es la hora triste, de una tarde más 
negra que la noche; no brilla estrella 
alguna; ni una nube blanca, ni un tro 
zo azul de firmamento; la luz de un 
relámpago señala h densidad de ne 
gros nubarrones que se amontonan y 
descienden pesados; negro crespón el 
mar, así está el bosque y del mismo 
modo’ el cielo; tan sólo en occidente, 
cual llamas de un formidable incendio, 
hay claridad siniestra; una bocanada de 
viento bochornoso bate las ramas; silba 
en las hojas y anuncia en su preludio que 
pronto partirá los árboles; el Océano 
tranquilo escucha la amenaza; pasan 
unos minutos; ya el horizonte redujo su 
diámetro; ya no hiere la vista el tono 
rojo; ya todo es igual, todo es negro, 
es la noche; los relámpagos se suce 
den con breves intervalos y ahora la bó 
veda se encuentra bellamente iluminada. 
—«¿Qué pasa? ¿Qué sucede? ¿Qué 
se espera?»—Pregunta desde el puente el 
oficial rubio de porte distinguido. 
Y otro desde la cubierta le responde. 
— «Es, señor, que un golpe de mar 
arrebató aquellas valiosas maderas de la 
torpe mano del negro que las condu 
cía y ahora van a perderse en medio 
de la inmensidad que las rodea». 
En los azules ojos del oficial brilla 
la cólera. Enfoca hacia el lugar se 
ñalado los prismáticos jemelos y a la 
luz de los relámpagos percibe de que 
manera hace un negro titánicos es 
fuerzos por recuperar las piezas que 
a él le fueron confiadas, hasta que al 
fin rendido y convencido éste, délo inú 
til de su esfuerzo y en presencia del
	        
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