Letras
táforas, yo a mis teoremas. No sitúe
usted nada fuera de la vida, todo es vida,
todo colabora. ¿Que pide usted, repito?
¿«Intensificar la vida»? Cada cual la in
tensifica a su modo. Hay quien ama la
sensaciones; hay quien amalas pasiones;
hay quien ama las ideas. En los tres
grados de abstracción, caben sufrimien
tos y éxtasis que no tienen medida co
mún, ni se explican los unos por los
otros. Don Juan, Otelo, Don Quijote,
Hamlet, el «chercheur dabso’lu» del Bal-
zac... son tipos igualmente irreductibles
y sagrados, cumbres del frenesí de vivir;
¿con qué derecho le discutiremos su
eficacia social? ¡Existen!
¿Qué pide usted? ¿«Energía»? Y des
precia usted el cristianismo! ¿Cree usted
que los santos no han vivido intensa
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mente? ¿Por qué devoró el cristianismo
a Roma, y colonizó la tierra? ¿Por falta
de energía? San Pablo, Cromwell y Lu-
tero, ¿carecían de energía? ¿Carece de
energía Tolstoi, arrastrándose a los
ochenta y dos años, por las estepas de
la salvaje Rusia, hacia el calvario de su
ideal?
Poeta, noble enamorado de los bellos
«clichés», no diga usted, no, que se oyen
los pasos de los sátiros y los suspiros
de las niiifas. Tal vez nuestra época
deje de ser cristiana, pero no será para
volver al paganismo helénico. ¿Volver
a Grecia? ¡Qué horror! ¿Retroceder? !Qué
tristeza! ¡Batí! El destino tiene más ima
ginación que Gabrielle D’Annunzio.
. , Rafael Barret
Arcachon.
LA ESCUELA IDEAL
El gran historiador Ernesto Lavisse
presiente que al salir Francia de la
guerra necesitará cambiar radicalmen
te sus costumbres y establecer una
reforma general de los métodos de en
señanza.
Este programa que debe prepararla
para los más grandes deberes, lo define
de la siguiente manera:
«Los franceses de mañana necesita-
íán la escuela ideal que prepare a sus
hijos para la vida de un país libre. ..
En la escuela ideal, las faltas contra
la moral son juzgadas más severamen
te que las faltas contra la gramática,
las irreflexiones o las niñerías. Consi
dérase más grave mentir que concor
dar mal los participios o dejar caer
el tintero.
Cada alumno, se siente conocido al
ser observado por el director; se le
elogia o se le reprime, en efecto, con
conocimiento de causa. El director no
entra en las clases solamente para leer
las notas o las composiciones. De
tiempo en tiempo, al fin de cada tri
mestre, por ejemplo, instruido por las
observaciones de sus colegas y por las
suyas, toma nota de los hechos preci
sos conocidos por él y sus alumnos, y
muy simplemente, como censura o como
elogio, les presenta el balance de su
vida moral.
La disciplina no es dudosa de ante
mano ni represiva sin explicaciones.
Persuasiva, busca y llama el consenti
miento; lo que no impide—al contrario
que sea severa y hasta muy severa
para el rebelde obstinado.
La disciplina marca una distinción
entre las edades: no es la misma para
el pequeño escolar que para el grande
y no vigila a este tan estrechamente
como a aquel. Habitua poco a poco al
escolar a andar sin andadores y a
asumir responsabilidad por su conducta,