Full text: 2.1916=Nr. 2 (1916000202)

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PETRAS 
Vicente Medina y Canciones de la guerra 
Entre los poemas líricos de Curroa En 
rique;: hay uno casi épico titulado /-« 
Caución de Vilinch, que, después de ex 
hibirnos los horrores de una guerra civil 
en cuyo fragor suena dulce, pacificadora, 
evangélica la voz del poeta clamando pa 
ra todos «misericordia», nos presenta al 
mismo Vilinch, herido y muerto por una 
bala perdida. Finaliza el poema con una 
hermosa imprecación; dice a la guerra ci 
vil, que ya que no ha tenido misericordia 
para nadie, ni para el poeta: «¡ Que no 
te tenga nadie misericordia !» 
No tener misericordia parece poco com 
patible con la civilización cristiana de que 
nos jactamos los del siglo XX. Hasta el 
Kaiser, ridículo aliado de un Dios co 
modín, hace alardes verbales de huma 
nitarismo, mal que pese al Cardenal Mer- 
cier y a Bélgica inmolada. 
Pero hay que ver en la poesía aludi 
da ¿ quién niega misericordia y a quién ? 
¿ y de qué modo ? 
Creo que después de Don Alfonso el 
Sabio ningún orador ni poeta como' Cu 
rro' Enriquez, ¡ha hecho resonar mejor las 
eufónicas voces del gallego. Solo que me 
dia una distancia más enorme que los 
seicientos años transcurridos de uno a 
otro, entre el Rey que elevó sus Cantigas 
a la Virjen María y el implacable cauteri 
zador de vicios cubiertos con oropeles re- 
lijicsos, códigos y bayonetas, quien en 
«Mirando o chalí» hizo decir al Padre 
Eterno: «¡Que el diablo me lleve», cau 
sándose una condena de dos ajaos de 
prisión en un tribunal de Orense. 
Con todo eso, un mismo verbo o len 
gua sirve al Rey medioeval y a Curros 
Enriquez y un mismo -verbo o espíritu de 
piedad verdadera anima a los dos gran 
des poetas gallegos. Sin caer en una hi 
pócrita veneración de la Virjen María, me 
considero más devoto suyo que el Papa 
do—que apesar de haberla deificado ha 
ce poco con Pío IX, hoy declara su neu 
tralidad a favor de los nuevos judíos que 
crucifican al pobre Cristo de Béljica. 
Claro está que me refiero más al Pa 
pa negro, el Jeneral de los Jesuítas, hoy 
alemán, cuyas inspiraciones a favor del 
instrumento imperial de Berlín y Viena han 
prohibido al Presbítero Oamarra protestar 
en el Paraguay contra el incendio de Lo- 
vaina y otras obras tan de gusto de la 
Inmaculada. Concepción, en particular del 
verdaderamente sagrado Corazón de Ma- 
ría. 
El dogma de María, aunque no se co- 
mulgue 'con él, no puede ser despreciado 
por el filósofo, por el poeta, por ningún 
espíritu soñador, que reconozca lo bueno 
y lo divino del sentimiento materno. Es 
la ternura humana hecha diosa, diosa más 
bella que la Venus sensual del paganis 
mo. Es la divinización en el Oólgota cris 
tiano del dolor de las madres frente a 
la divinización del altruismo del Hombre 
en la Cruz. 
Pués bien, frente al Oólgota eterno, obe- 
decen a la misma causa las cántigas al 
fonseas y la maldición de Vilinch: 
a la misericordia, algo mejor que las mal- 
diciones bíblicas contra el acto de la gue 
rra. El Rey Sabio de Castilla y el Oran 
poeta de Galicia responden al mismo im 
pulso y persiguen el mismo fin. Aman el 
Bien, aunque lo encubran las débiles for 
mas ’ idealizadas de la Mujeir y persiguen 
al Mal, aunque la persecución sea de san 
grientos anatemas. Y ambos representan 
el Ideal. Ninguno sacrifica como los ju 
díos a un hombre. No escojen víctimas. 
Son el divino platonismo del Amor apli 
cado al odio
	        
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