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PETRAS
Vicente Medina y Canciones de la guerra
Entre los poemas líricos de Curroa En
rique;: hay uno casi épico titulado /-«
Caución de Vilinch, que, después de ex
hibirnos los horrores de una guerra civil
en cuyo fragor suena dulce, pacificadora,
evangélica la voz del poeta clamando pa
ra todos «misericordia», nos presenta al
mismo Vilinch, herido y muerto por una
bala perdida. Finaliza el poema con una
hermosa imprecación; dice a la guerra ci
vil, que ya que no ha tenido misericordia
para nadie, ni para el poeta: «¡ Que no
te tenga nadie misericordia !»
No tener misericordia parece poco com
patible con la civilización cristiana de que
nos jactamos los del siglo XX. Hasta el
Kaiser, ridículo aliado de un Dios co
modín, hace alardes verbales de huma
nitarismo, mal que pese al Cardenal Mer-
cier y a Bélgica inmolada.
Pero hay que ver en la poesía aludi
da ¿ quién niega misericordia y a quién ?
¿ y de qué modo ?
Creo que después de Don Alfonso el
Sabio ningún orador ni poeta como' Cu
rro' Enriquez, ¡ha hecho resonar mejor las
eufónicas voces del gallego. Solo que me
dia una distancia más enorme que los
seicientos años transcurridos de uno a
otro, entre el Rey que elevó sus Cantigas
a la Virjen María y el implacable cauteri
zador de vicios cubiertos con oropeles re-
lijicsos, códigos y bayonetas, quien en
«Mirando o chalí» hizo decir al Padre
Eterno: «¡Que el diablo me lleve», cau
sándose una condena de dos ajaos de
prisión en un tribunal de Orense.
Con todo eso, un mismo verbo o len
gua sirve al Rey medioeval y a Curros
Enriquez y un mismo -verbo o espíritu de
piedad verdadera anima a los dos gran
des poetas gallegos. Sin caer en una hi
pócrita veneración de la Virjen María, me
considero más devoto suyo que el Papa
do—que apesar de haberla deificado ha
ce poco con Pío IX, hoy declara su neu
tralidad a favor de los nuevos judíos que
crucifican al pobre Cristo de Béljica.
Claro está que me refiero más al Pa
pa negro, el Jeneral de los Jesuítas, hoy
alemán, cuyas inspiraciones a favor del
instrumento imperial de Berlín y Viena han
prohibido al Presbítero Oamarra protestar
en el Paraguay contra el incendio de Lo-
vaina y otras obras tan de gusto de la
Inmaculada. Concepción, en particular del
verdaderamente sagrado Corazón de Ma-
ría.
El dogma de María, aunque no se co-
mulgue 'con él, no puede ser despreciado
por el filósofo, por el poeta, por ningún
espíritu soñador, que reconozca lo bueno
y lo divino del sentimiento materno. Es
la ternura humana hecha diosa, diosa más
bella que la Venus sensual del paganis
mo. Es la divinización en el Oólgota cris
tiano del dolor de las madres frente a
la divinización del altruismo del Hombre
en la Cruz.
Pués bien, frente al Oólgota eterno, obe-
decen a la misma causa las cántigas al
fonseas y la maldición de Vilinch:
a la misericordia, algo mejor que las mal-
diciones bíblicas contra el acto de la gue
rra. El Rey Sabio de Castilla y el Oran
poeta de Galicia responden al mismo im
pulso y persiguen el mismo fin. Aman el
Bien, aunque lo encubran las débiles for
mas ’ idealizadas de la Mujeir y persiguen
al Mal, aunque la persecución sea de san
grientos anatemas. Y ambos representan
el Ideal. Ninguno sacrifica como los ju
díos a un hombre. No escojen víctimas.
Son el divino platonismo del Amor apli
cado al odio