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fuerza, y buscaba la sombra del pendón radical, que cobijaba a todos
cuantos quisiesen emprender cruzada contra el régimen imperante.
He dicho en otra ocasión que el radicalismo argentino es un con
glomerado indefinible, pues en él participan hombres de todos los
credos políticos imaginables. Hoy me mantengo en esa opinión. El par
tido radical argentino no es un partido político, carece de programa
doctrinario y hoy, en los días mismos en que escribo, no tiene ya esa
fuerza centrífuga que le permitió, cuando era ariete de combate, para
embestir y triunfar, mantener la cohesión de sus elementos componen
tes. En la oposición, el radicalismo tenía una meta: conquistar el
poder, a la buena o a la mala. En el Gobierno, debería tener un pro
grama doctrinario al cual subordinar su acción; y no lo tiene, pues eso
de restaurar la verdad institucional es una bella música que cada cual
la entiende a su manera y que no basta a satisfacer las esperanzas
de millares de soñadores y de muchos millares de aspirantes a cual
quiera cosa.
En brazos de esto partido llega hoy a la Presidencia de la nación
argentina el doctor Hipólito Irigoyen, la personalidad más compleja
del mundo político de su país. El doctor Irigoyen, sucesor de Leandro
N. Alem y Aristóbulo del Valle en Fa jefatura de la Unión Cívica Ra
dical, es algo así como una condensación de todas las fuerzas psíquicas
que constituyen la energía, el orgullo, la mentalidad, el sentimiento y
el misterio de esos hombres raros predestinados a dirigir y dominar
multitudes. Se lo creyera un Moisés, un Mahoma, un Cronwell. Puri
tano e inflexible. Enérgico hasta lo indomable. En su orgullo de cima,
es sencillo hasta la, humildad. Honrado hasta la incapacidad de una
transacción. Poseedor de un bagaje cultural que le da dominio sobre
todas las grandes cuestiones derivadas de las doctrinas que prefijan la
Constitución del Estado, la sociedad, la familia y el individuo. Severo
consigo mismo hasta el sacrificio. Tan soñador para amar el ideal como
obrero práctico para remover una montaña. Apóstol y patriarca. Fuerte
para la lucha diaria, porque sabe concentrar el vigor de su talento en
el dominio del todo, con la percepción analítica de las partes, poique
no conoce la debilidad sentimental con que se explican o justifican las
tolerancias y transigencias que disimulan las transgresiones del deber
y porque es dueño de esa rigidez catoniaua que no se quiebra ante nin
gún poder ni se debilita ante ninguna lágrima. Piensa mucho y obra
sin vacilaciones. A veces es una esfinge. Siempre o casi siempre cul
mina en él el verbo del silencio. En la Gran Revolución, hubiese estado
con los girondinos, por amor a los principios de libertad, igualdad y
fraternidad humanas, y si con aquellos hubiese actuado, probable fuera
que la historia no registrara las debilidades de la Gironda para guillo
tinar a Luis Capeto y no luchar con el triunvirato. El doctor Irigoyen
es un pensador republicano de musculatura de hierro, que no concede
atributo alguno al oportunismo.
Ser o no ser. Esta es mi divisa. O se gobierna respetando la ley
y el derecho, o se está en la oposición, tribuna o barricada. Para él
no hay términos medios.
En la entereza heroica de esta naturaleza inoral extraordinaria,
ha habido una sola debilidad: haber cedido a las presiones popularos
que le han colocado en la Presidencia de la nación. El no quería ser
Presidente. Resistió agriamente a las invitaciones de sus correligiona
rios. Rehusó la proclamación de su candidatura. Acaso se enfadó con
quienes desestimaron su resolución c impusieron la insistencia del par
tido en proclamarle candidato insubstituible. Pero, al fin, cedió. Ce
dieron el jefe y el soldado y calló el hombre. ¿Hizo bien? ¿hizo mal?..
A mi juicio — que bien poco vale, naturalmente — el Presidente