Full text: 1.1916,4.Nov.=Nr. 13 (1916000113)

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fuerza, y buscaba la sombra del pendón radical, que cobijaba a todos 
cuantos quisiesen emprender cruzada contra el régimen imperante. 
He dicho en otra ocasión que el radicalismo argentino es un con 
glomerado indefinible, pues en él participan hombres de todos los 
credos políticos imaginables. Hoy me mantengo en esa opinión. El par 
tido radical argentino no es un partido político, carece de programa 
doctrinario y hoy, en los días mismos en que escribo, no tiene ya esa 
fuerza centrífuga que le permitió, cuando era ariete de combate, para 
embestir y triunfar, mantener la cohesión de sus elementos componen 
tes. En la oposición, el radicalismo tenía una meta: conquistar el 
poder, a la buena o a la mala. En el Gobierno, debería tener un pro 
grama doctrinario al cual subordinar su acción; y no lo tiene, pues eso 
de restaurar la verdad institucional es una bella música que cada cual 
la entiende a su manera y que no basta a satisfacer las esperanzas 
de millares de soñadores y de muchos millares de aspirantes a cual 
quiera cosa. 
En brazos de esto partido llega hoy a la Presidencia de la nación 
argentina el doctor Hipólito Irigoyen, la personalidad más compleja 
del mundo político de su país. El doctor Irigoyen, sucesor de Leandro 
N. Alem y Aristóbulo del Valle en Fa jefatura de la Unión Cívica Ra 
dical, es algo así como una condensación de todas las fuerzas psíquicas 
que constituyen la energía, el orgullo, la mentalidad, el sentimiento y 
el misterio de esos hombres raros predestinados a dirigir y dominar 
multitudes. Se lo creyera un Moisés, un Mahoma, un Cronwell. Puri 
tano e inflexible. Enérgico hasta lo indomable. En su orgullo de cima, 
es sencillo hasta la, humildad. Honrado hasta la incapacidad de una 
transacción. Poseedor de un bagaje cultural que le da dominio sobre 
todas las grandes cuestiones derivadas de las doctrinas que prefijan la 
Constitución del Estado, la sociedad, la familia y el individuo. Severo 
consigo mismo hasta el sacrificio. Tan soñador para amar el ideal como 
obrero práctico para remover una montaña. Apóstol y patriarca. Fuerte 
para la lucha diaria, porque sabe concentrar el vigor de su talento en 
el dominio del todo, con la percepción analítica de las partes, poique 
no conoce la debilidad sentimental con que se explican o justifican las 
tolerancias y transigencias que disimulan las transgresiones del deber 
y porque es dueño de esa rigidez catoniaua que no se quiebra ante nin 
gún poder ni se debilita ante ninguna lágrima. Piensa mucho y obra 
sin vacilaciones. A veces es una esfinge. Siempre o casi siempre cul 
mina en él el verbo del silencio. En la Gran Revolución, hubiese estado 
con los girondinos, por amor a los principios de libertad, igualdad y 
fraternidad humanas, y si con aquellos hubiese actuado, probable fuera 
que la historia no registrara las debilidades de la Gironda para guillo 
tinar a Luis Capeto y no luchar con el triunvirato. El doctor Irigoyen 
es un pensador republicano de musculatura de hierro, que no concede 
atributo alguno al oportunismo. 
Ser o no ser. Esta es mi divisa. O se gobierna respetando la ley 
y el derecho, o se está en la oposición, tribuna o barricada. Para él 
no hay términos medios. 
En la entereza heroica de esta naturaleza inoral extraordinaria, 
ha habido una sola debilidad: haber cedido a las presiones popularos 
que le han colocado en la Presidencia de la nación. El no quería ser 
Presidente. Resistió agriamente a las invitaciones de sus correligiona 
rios. Rehusó la proclamación de su candidatura. Acaso se enfadó con 
quienes desestimaron su resolución c impusieron la insistencia del par 
tido en proclamarle candidato insubstituible. Pero, al fin, cedió. Ce 
dieron el jefe y el soldado y calló el hombre. ¿Hizo bien? ¿hizo mal?.. 
A mi juicio — que bien poco vale, naturalmente — el Presidente
	        
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