Crónica
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DESDE EL BflECOH
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'Jl'P.^ antigüedades: elementos que
' ^ constituían el movimiento cir
culatorio de las ciudades ó construc
ciones especiales, que han dado ca
rácter á ciertas épocas, hoy aplastadas
por el progreso que todo lo trans
forma y modifica, embelleciendo ó
haciéndolo más torpe á veces, pero
nunca más poético, nosotros, quizá
porque el progreso nos llega lento,
muy lento, deploramos que subsistan
todavía eso que los turistas llaman
lo típico, carácter local ó pintoresco,
precisamente todo lo anticuado.
Nuestro afán de civilización nos
lleva á ser cruel, y no se para en
contemplaciones para hacer desapa
recer todo aquello que fué de otro
tiempo, aunque se halle ligado á muy
caros recuerdos, con tal de moder
nizar.
Las demoliciones, las célebres de
moliciones de París, con el objeto de
abrir nuevos bulevares, ensanchar
plazas ó por mero embellecimiento
urbano ¡ah! ¡cuantas reliquias sucum
bieron bajo el hacha impía y des
tructora! A veces, quien creyera que
al golpe de la piqueta desaparece
toda una página de historia viva,
toda una tradición, representada por
un monumento, por una fachada
cualquiera.
Entre nosotros, los vetustos case
rones del coloniaje van quedando
muy pocos, y solo uno, conserva po
sitivo valor histórico, los otros no
tienen historia ó no se conocen. La
antigua casa de correos, tintes pala-
vio de los gobernadores españoles y
después morada del doctor Francia,
Por estos días, se halla casi comple
tamente demolida.
Al contemplar el montón yacente
de paredes derrumbadas, vigas y pi
lares rotos, la ruina de lo que fué la
casa histórica, paréceme que todo
clama afanosamente para contarnos
un secreto. La losa que vióse teñida
de sangre de víctima en días lúgu
bres, sirviendo de pavimento en la
sombria pieza del tormento; allá, un
trozo de pared murmura aún bajito,
repitiendo con voz apenas percepti
ble, el monólogo solitario y temible
del Dictador: sílabas condenatorias,
presagios siniestros, sentencias de
muerte —; ahí la reja en que se apo
yara el tirano para saborear la vo
luptuosa sensación de ver pasar el
momento trágico de la transición de
vida á muerte de un condenado á la
horca. Voces todas, en fin, cuyos
acordes postrimeros dejan presentir
y evocar grandezas y explendores;
miserias y amarguras; dias de apa
cible calma modorrienta de la era
colonial, y los negros del terror, que
nublara largamente el horizonte lívi
dos espectros de gestos impenitentes
clamando venganza, y mefistofélicas
sombras de verdugos bañados en
sangre generosa.
El vetusto edificio de tan vivas re
membranzas, lo veremos desde aho
ra, sólo en el recuerdo, así como el
tradicional vehículo tirado por las pa
cientes mulitas de vientres exhaustas
y aspecto ratonil, exhibidas al rodar
por nuestras calles con su esqueléti
co y ridículo armazón, hace poco
reemplazado por el soberbio y lujoso
eléctrico, que se enseñorea triunfal
hoy de la via pública. Pero, los ro
mánticos, los soñadores, los enamo
rados, añoran el viejo tranvía. Eran
tan bellas las horas pasadas en dulce
coloquio en las largas esperas. Lue
go, sentados juntitos, y como hecho