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Crónica
á propósito, ese lento andar que pa
recia no tener nunca término. De
sesperación de las gentes de negocios
que llevan por lema «el tiempo es
oro», fiel á los dichos, «al que ma
druga, Dios le ayuda» etc. Motivos
de terribles desazones para los eter
nos apurados, los nerviosos, los espí
ritus inquietos y febriles. De perillas,
para los calmosos, graves y prudentes
sanchos, de voluminoso abdomen y
mirar entornado que tienen muy en
cuenta refranes sabios como éstos:
«no por mucho madrugar amanece
más temprano», «el que se apura se
ahoga» etc. etc.
Y las buenas bestias, con la apa
rente agilidad de sus patitas, si no
llegaron á complacer á los apurados,
pueden en cambio, sentirse felices
de haber contribuido á pasar los
buenos ratos, á los enamorados, â
los soñadores, á los desocupados, á
los atorrantes. .
Fatigadas las pobres mulitas, vícti
mas del bárbaro azote, del bárbaro
mayoral, con cuanta inteligencia adi
vinaban los cambios y el descarrila
miento, parándose.
Pronto, el chocar de los cascos en
el empedrado, al trote diligente de
de las muías y el silbido del conduc
tor, con que se anunciaba el viejo
tranvía, resonará en nuestros oídos
como un delicioso encanto que ha
pasado.
*
* *
El triste montón de caserío con
alero, amplios corredores y ventanas
con reja de palo, del tipo castellano
antiguo, y sus calles arenosas, calci
nantes, la ciudad vieja, la capital de la
provincia española, la del Paraguay
de Francia y de los López, la Asun
ción de ayer, se vá . . .
Sí, se va, la Asunción de las carre
tas, de las gentes emponchadas, de
los ginetes criollos ... se vá.
En tanto. Parémonos un rato á
contemplar las cosas que pasan, y sa
turémonos por última vez de ese grato
perfume de lo rancio, de ese vaho que
se desprende de la humedad de viejos
jardines abandonados, que tuvo sus
días de florescencia orgullosa, merced
á los favores de gracias protectoras,
de femeniles manos de hadas genero
sas. Y no olvidemos que en su época
gozaron su cuarto de hora de presti
gio, y antes de saludar su paso, desde
la cúpula de la Encarnación—monu
mento de belleza eterna y siempre
joven—tengamos un poco de afectuo
sa condescendencia, de amigos bien
amados, una sonrisa amable, para
aquellos que se van, relegados por el
tiempo, amablemente,suavemente em
pujados por la civilización.
Miguel ACEVEDO
VIDA SEÍieiDEtA
os habitantes déla ciudad sue-
Yyff ñan con una casita rodeada de
J árboles á la que no lleguen los
prosaicos ruidos de la civili
zación encajonada.
A mi me envidian mis amigos
porque vivo á diez kilómetros del
puerto de Asunción y todos me dicen
que feliz eres! Y tanto me lo repiten
que he llegado á creérmelo, y todas
las mañanas al ver pasar el tren que
viene de San Lorenzo-, siento infinita
compasión por lós pobres desgra
ciados que van camino de la capital-
Que contraste ofrece mi vida, llena