VIDA MONTEVIDEANA
en la primera página de este cuaderno. las,
siguientes palabras:
Ya he dado calabazas á cinco novios. Esta,
noche le toca el turno al sexto candidato.
'Será este el hombre destinado al fin á ser
mi humilde y obediente señor y dueño?
En tal caso, que se prepare á sufrir el más
severo y minucioso exámen.
Ni soy'yo como mamá, ni estoy dispuesta
á perder la cabeza.
26 de noviembre, á las cuatro de la tarde.
No me había equivocado. Se trataba, en
efecto del sexto, pretendiente: Pero, proce
damos con orden y consignemos detallada-
' mente lo ocurrido ayer.
>; Después de comer, subimos mamá y yo
" á vestirnos. Estuve mucho tiempo en el
tocador y bajé al cabo de hora v media.
Al acercarme á la sala de confianza oí á
mi padre que le decía á mamá:
—¿Crees que es preciso?
—Absolutamente indispensable. No pode
mos renunciará tu presencia.
La tentación era múv grande Me detuve
y me puse á escuchar.
—Pero ¿por qué?~repuso papá.—Conozco
á ese joven, á quien he visto varias veces
en el Club. Una noche jugué con él al Wist.
! Por cierto, que no juega mal. Ayer vió á
Irene á caballo y la encontró admirable. Y
no tengo que intervenir en esos prelimina
res. Contigo y con Irene basta y sobra.
—Sin embargo, conviene que nos acom
pañes.
—Bueno, iré con vosotras.
No oi nada más. Esperaba el nombre del
candidato y no lo pronunciaron mis padres.
Como me palpitaba con violencia el cora
zón, me vi precisada á permanecer en mi
[ sitio dos ó tres minutos. Ya que nada que-
riandecir, debía hacerme la desentendida.
No obstante, sabia algo, y algo muy im
portante. Pertenecía al jockey, que era lo
principal.
Partimos los tres en el landeair, papá triste,
abatido y silencioso; mamá muy excitada,
y yo impasible, al parecer; pero dominada
por la más extraordinaria curiosidad. ¿Por
qué aquel misterio?
A las diez y media llegamos á casa de los
Mercerey, ¡Pobre papá! Se celebraba allí
una velada musical, cosa muy contraria á
sus gustos y aficiones. ¡Un cuarteto clásico!
¡Figúrense ustedes!,..
La concurrencia era escasa; unas veinte
—Sí, sí: Dimé quien és.
—Pues es ese joven moreno que erstá á la
izquierda, debajo del cuadro de Meissonier.
No mires, porque te está mirando.
—No es el único. Los demás hacendó
mismo.
■—Ya no mira. Ahora se acerca tu padre...
¡Ya está hablando con él!
—No me parece mal. La boca grande.
—No estoy conforme contigo.
—Si, mamá. Pero el conjunto no me de
sagrada.
—¡Y si tú supieras! Es muy rico v perte
nece á una gran familia aristocrática’
—¿Y quién és en definitiva?
—El conde de Marlelle-Simieuse. No mi
res, porque vuelve á dirigirnos la vista. Si,
hija mía, es un Martelle-- Simieuse, y los
Martelle-Simieuse son primos de los Lan-
dry Simieuse y de los Martelle Jonzac.
Los músicos empezaron á tocar una pieza
de Mozart y pusieron un dique al torrente de
elocuencia de mamá. Volvimos á sentarnos
y me puse á meditar muy seriamente.
— i Condesa de Martelle-Simieuse!—pensé.
¡Mi sueño dorado! ¡Dos nombres! Preferiría
ser duquesa, como es natural. Pero, ¡hay
tan pocos duques, duques de verdad, duques I
indiscutibles! ¡ Creo que no son más que
veintidós! Por lo tanto, es una quimera el
pensar en ser duquesa.. Ale. conformo, pues, |
con.ser condesa !
¡ Condesa, de Martelle-Simieúse !
Losapellidosson muy sonoros y brillantes. I
Yo me los repetía á mí misma, sin hacer |
caso alguno del cuarteto de Mozart.
¿Era música-de Mozart la que focaban
aquellos profesores? Nodo sé á pun|o fijo.
Lo único que puedo asegurar es que!
aquellos instrumentos me tocaban una]
deliciosa canción con el siguiente estribillo : [
¡La señora condesa de Martelk Simieuse
L. HALEV.Y.
AMOR Y HUMO
( Conclusión)
la escena pasaba en pleno mes de Enero-
abrió los cristales para establecer una cor-1
riente de aire que disipara, las emanaciones
y el humo del tabaco, pero esa corriente
produjo un efecto inesperado: de la brasa del
cigarrillo se desprendieron algunos átomos
en combustión y uno de ellos fué á acariciar
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ICLASSICI
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futo de Flores — (De Fotografía )
El jefe de éste puso paz á la contienda él
¡fizo colocar á los combatientes en distin-l
los vagones. El viaje prosiguió^sin otra no-l
redad y el comerciante de Marsella trató del
Mvidar ese desagradable episodio dedicando
lodos sus pensamientos á la linda viudita |
lúe le esperaba en Buró
Llegó el tren á la es f ación y el viajero viól
an sorpresa, con dulcísima sorpresa, que su|
|ovia se encontraba en el andén
—¡Angel mió! ¡cómo has podido adivinar
Jue yo llegaba y que había adelantado mil
|iaje de tres dias?
—¡Oh!—replicó ella sonriendo—estoy, yo I
tn asombrada de verte llegar cómo tú de |
lerme aqui.
-Espero á papá y á mtmá que también
Jan adelantado.su viaje y me telegrafiaron!
lyer que llegarían en este tren. ;Supongo|
lúe habréis hecho el viaje juntos, p£ro como
lo os conocéis aún... ¡Ah! mírajos... ahi
|ienen. )
El negociante se volvió, vio á uría pareja
lúe abrazaban á su novia y quedó petrifica -
10: sus presuntos futuros suegros jeran losj
[os cascarrabias del vagón de fumjadores.
El matrimonio no se llevó á cabp.
Juan /Buscón.
ptablecimiento grafico á vapor. Conjvención 8