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VIDA MONTE VI DEA NA
SUMARIO
TEXTO: Zola, por Carlos Roerlo—Invocación, fragmen
tos de un poema inédito, por Gaspar Nuñez de
Arce Los Nacimientos, por Nicolás Granada
(Conclusión)—Mi Pensamiento, poesia por la
Señorita María II. Sabbia y Oribe—QUIERO ca
sarme CON LA SEÑORITA DE..... por ConSÜinl e
G. Fontan Illas— Confidencias, poesia por
Salvador Díaz Mirón—UN episodio DEL AÑO 11,
por Ticala—Vestal, poesia por Juan Carlos
Menéndez— La HIPÉRBOLE del arte: Nerón,
estudio filosófico-histórico-literario por Fran
cisco Caraciolo Aratta~(Continuación)—Aníbal;
Canna, Zama, sonetos inéditos por José C. Mix-
co y 1— Recuerdos de la fiesta, por Eduar
do López Labandera —Ella, poesia por Luis
Chiozza—Para Vida Montevideana, por Juan
Montulco (Continuación)—Como nació un poe
ta, por, Edmundo D'Amicis (Conclusión).
GRABADOS: Galería de bellezas montevideanas: se
ñorita Marieta Machado; fotografía de Chute
y Brooks, grabado de Emilio A. Cali y Compañía
de Buenos Aires.
—-
Yo tengo la pasión de los crepúsculos
vespertinos.
Lo mismo en el cielo, que en el espíritu,
pláceme los fulgores del sol que se vá, de la
luz que se apaga, de la sombra que nace.
El medio día, la ebu lición de las hojas
doradas en los árboles verdes, la ebullición
de la sustancia gris en el fondo del cráneo,
no me apasiona tanto como las melancolías
grises del ocaso y las melancolías grises del
génio que decae.
Hay que esperar á que lleguen esas pues
tas de sol para poder decir si el dia ha sido
hermoso y si el talento ha sido fecundo. La
sombra engrandece; la sombra presta á to
do una majestad solemne y desconocida; la
sombra tiene un ala que se llama justicia y
otra ala que se llama misericordia; en la
sombra hay algo de glorificación, porque
permite medir porentero el esfuerzo realiza
do por la luz solar y por el fuego creador
del artista.
Por eso, hoy que empiezan á atenuarse
los gritos de triunfo, y hoy que las multitu
des empiezan á apartarse del coloso de hie
rro, me parece que ha llegado la hora de
hablar de Zola, pero no Jel Ztla secretario
y jefe de grupo, sino del filósofo y del esti
lista que ha dado vida á una literatura.
Desde el principio de su carrera litera
ria, Zola se hizo adepto de una escuela
biológica muy en boga hoy, escuela que res
ponde por entero al materialismo, de Mo -
leoschol, y Buchner, que es como la médula
de los huesos de este fin de centuria. Esa
escuela biológica dice que la Naturaleza, la
gran madrasta, sacrifica por entero el indi
viduo á la especie, la parte al todo, la molé
cula al núcleo, la abeja al colmenar.
En todas las obras de Zola se advierte lo
mismo; las personalidades se pierden en la
masa; el coro ocupa toda la escena; el héroe
casi siempre es la multitud; lo excepcional
no existe, y el escritor nunca se manifiesta
tan potente y tan grande como cuando se
mezcla á los obreros de «Germinal», y se
mezcla á los peregrinos de «Lourdes», y se
mezcla á los soldados de «La Débacle».
La escuela biológica de que hablamos es
una escuela triste: es la escuela de! dolor y
la desesperanza: es antiprovidencialista y es
ciega como las fuerzas de que lo hace de
pender todo, la gigantez del astro y lo invi
sible del infusorio.
Según esa espantable biología, el hombre,
como el insecto y como la flor, nace sin otro
fin que perpetuar su especie, continuand ; así
la obra de la creación, que engendra á cie
gas, indiferente, por el.mero placer de en
gendrar, por odio á la inercia y por odio al
vacio. No hay más que un bien, la muerte;
no hay más que un consolador, el sueño; la
vida es la excepción y por eso la vida es
un mal.
Desde Lajoie de vine hasta Pol Boui-
lle, desde 7 cresa ‘Raquin hasta L’asommoir,
prueban la influencia que esa biología ha
ejercido sobre el espíritu y sobre el cerebro
de Zola, explicándose asi la importancia
dada por el novelista á todas las miserias
de los sentidos, á todos los estremecimientos
de la carne, á todas las bajezas de la lujúria.
Dios no aparece en ninguna de las pá
ginas de sus obras, como no aparece Dios
en ninguna de las tendencia; dé la biolo
gía que le ha hecho suyo. Mil pudría apa
recer, dada la manera como Zola considera
á la especie y al individuo. Dentro de esa
biología, Dios seria un malhechor, un mons
truo, desde, que crea para el dolor y hace
de la muerte la gran consolatriz.
Anulado lo providencial, la personalidad,
con la amplitud que le han dado las escuelas
espiritualistas, queda anulada Solo por ex
cepción es digna de estudio* Lo que hay que
estudiar es la masa, el núcleo, la especie,
que es lo que perdura, lo que sobrevive, lo
que se impone.
Toda la obra de Zola está en eso, en lo
que antee de. Si la obra es mala, es la obra
de su tiempo, es la obra de las teorías filo
sóficas predominantes. Las habrá abultado
con su visión de artista, pero hasta su estilo
es un reflejo de la esencia de aquellas doc
trinas desesperadas y tristes de aprender.
Zola, el Zola verdadero, hay que buscarlo
en el final de Nana, en el pueblo que reco
rre ¡as calles, ébrio de odio y lanzando es
tridentes gritos de guerra; hay que buscarlo
en La Débacle, en los cuerpos vencidos antes
de luchar, arrojando sus armas sobre el
polvo de los caminos y acechando la llegada
de los convoyes.
El escritor ha respondido á su tiempo: la
democracia por una parte y la filosofía por
otra, nivelando todo y suprimiendo á la
providencia, han destruido al héroe en fa
vor de la masa. Zola lo ha hecho también:
su obra es buena, porque es la misma obra
de su siglo.
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FRAGMENTOS DE UN POEMA INÉDITO )
Ruinas de una cartuja en el sitio más agreste
y fragoso de La sierra—Es la caída de
la tarde.
EL VIAJERO
Va la noche avanzando y la infinita
tristeza de esta soledad adusta,
como sueño maléfico gravita
sobre todo mi sér. Hasta el más quedo
murmullo de los árboles me asusta
y oigo, al pasar, la voz con que me nombra
entre la» ruinas escondido, el miedo
que es hijo del silencio y de la sombra.
Sólo contemplo en torno las señales
del furor de los hombres. La pilastra
volcada entre los recios matorrales
por donde, llena de pavor, se arrastra
rápida y undulosa la culebra;
el siniestro perfil del muro hendido
cuya negrura impenetrable quiebra
de trecho en trecho, la.argentada luna
con sus pálidos rayos; el graznido
de agorera corneja que en alguna
desquiciada cornisa tiene el nido,
sola como el pesar; la cruz de piedra
por cuyos brazos trepa y se entrelaza
con mortífero amor lasciva hiedra,
y cual recuerdo de extinguida raza,
allá en el fondo, en su marmóreo lecho
la escultura de noble castellano,
con su heráldico escudo sobre el pecho,
y en la espada feudal puesta la mano,
todo en-desorden trágico se ostenta
causando horror, como padrón de afrenta
á la barbarie del linaje humano.
¡Oh monjes, que en la celd i solitaria
en tan agrios lugares escondida,
rompisteis con el don de la plegaria
todas las servidumbres de la vida,
melio; la del dolor, y que sin ruido
en ignorada sepultura, abierta
por vuestras manos en el santo ejido,
dormís en el regazo del olvido
el sueño de que nunca se despierta!
¿A qué asomáis la descarnada frente?
No escuchareis como en aquellos dias
llenos de vuestro espíritu creyente,
los sacros himnos del salterio i'.e oro
que est illando en solemnes melodías,
desbordaban vibrantes desde el coro.
Ni veréis ya por el espacio inmenso
de la atrevida y portentosa nave,
ascender la oración serena y suave,
venida con s i túnica de incienso.
Hl claustro en que vivisteis olvídalo;,
como la ñor silvestre que en la grieta
del nativo | eñón su aroma exhala;
la campana que aún antes de la aurora
turbaba la quietud de este desierto,
con esa voz en que se queja y ora
la humanidad que vive y la que ha mueito;
el ara excelsa donde tantas veces
en vuestras lentas horas de amargura,
cual náufrago bajel que busca el puerto,
los sollozos mezclados con las preces
alzabais á región más santa y pura;
hasta la clara fuente que en el huerto
os brindaban las ondas cristalinas,
¿en dónde e-tán? Con ímpetu y fracaso,
como una inundación, de las vecinas
cumbres bajó la turbulencia humana,
y el sol que iluminó desde el < caso
vuestro tranquilo hogar, á la mañana
alumbró sólo calcinadas ruinas.
¡Ya es más firme y segura vuestra fosa
cubierta de orzales! Para ejemplo
déla Intuía edad, ¡a fé grandiosa
que alzó, tanta "basílica asombrosa,
desplomándose va como ese templo.
Aquel árbol de espléndido follaje
que dilataba en tiempos más felices
por encima del mundo su ramaje
y en todas las conciencias sus raíces,
so cuyo pabellón, siempre frondoso,
la estirpe humana, en su espiral viaje,
hallaba, sin cesar, sombra y reposo,
del huracán, azote de la selva,
aún sin romperse el ímpetu resiste;
más ¡cuán herido, y deshoj ido, y triste
hasta que Dios á renovarle vuelva!