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blanca
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ticos monumentos de piedra en recuerdo de sus
muertos. Si mañana otras nuevas escudriñaran al
través de mayor número de siglos, ratificarían
Probablemente la misma consagración. Acaso po
dría asegurarse que el primero que cerró los
°jos para siempre, tuvo quien se afanara cariñoso
P°r perpetuar su memoria.
Las generaciones se han reproducido en incon
table sucesión. La civilización ha cambiado inclina
ciones, orientaciones, hábitos y costumbres. Los
soñadores indostánicos como los crédulos medas,
ya no son más que sombras desvanecidas en los
crepúsculos del pasado. Y, sin embargo, hoy como
entonces, la humanidad se inclina con amor y
1 espeto ante el recuerdo ele los idos y les eleva
monumentos.
Ln los días primitivos eran dólmenes, tumbas
abiertas en las entrañas de la roca, piedras haci
nadas, árboles de ramas protectoras. En los pre
sentes son modestas cruces, lápidas de mármol,
°bras geniales de arte. El sentimiento inspirador
es idéntico.
La fecha de mañana está tradicionalmente con-
sagrada a la veneración del recuerdo de los que
n°s precedieron en el viaje sin retorno. Nuestras
necrópolis se verán concurridas como en ninguna
ot| a del año. Suspiros, lágrimas, flores... Incli-
némosnos! Dejemos que el corazón se apene!
stas horas de sincero recogimiento, de íntima
confidencia, nos ennoblecen. Acaso son en las que
s °mos menos imperfectos y más puros en la vida!
Las mañ©s ftmtiniDia
que, en vano quizás, su dueña se empeñará en
guardar ocultamente!
cSb
Existe en las manos femeninas la especialidad
de un arte que, por practicarse día a día, hora
por hora, no se le atribuye la importancia, ni se
le concede el valor intrínseco que merece.
Con encantadora modestia, las manos de mu
jeres, van confeccionando y aglomerando en el
hogar multitud de trabajos ingeniosos, hechos con
primorosa habilidad y coquetería. Ellos, según su
utilidad y su destino, contribuyen grandemente
a la comodidad y bienestar de la familia; dan la
nota chispeante de alegría o el tono discreto de
elegancia; y representan además sumas ahorradas
de un dinero . . . que llevado a las casas de co
mercio, hubiera corrido ineludiblemente el mismo
riesgo del algodón que imprudentemente acercá
ramos al fuego.
El hombre, se deja invadir muy fácilmente por
el conjunto agradable que le ofrecen estas «pe
queñas nadas» y si las mujeres se penetraran
bien de la influencia que estos trabajos manuales
y deliciosos detalles ejercen en la modificación
del carácter y en el mejoramiento de las costum
bres, los emplearían como otros tantos argu
mentos para la atracción del hombre hácia un
hogar delicadamente embellecido por este encanto^
que es el marco mas tentador para una madre,
una esposa, o una hija que comprende los debe
res de su misión y cumple la misión de sus de
beres.
Stern.
[Para PAGINA BLRNCft).
1 a s manos femeninas son dignas de detenido
^ estudio y de prolija observación.
I>0 driamos llegar a clasificarlas, por que hay en
a Locución de sus trabajos una revelación fide-
ll| gna del carácter, de la inteligencia, de la índole,
las aptitudes y hasta de los sentimientos de
c ada mujer.
. La espíritu perspicaz, es posible que fallara al
imaginar el físico de una mujer analizando los
detalles de su casa; pero dificilmente se equivo
caría en la interpretación que hiciera de sus sen-
ll 'úientos y de su inteligencia, dejándose guiar
P° r la revelación de esa infinidad de pormenores
fiae rodean la existencia de todas las mujeres.
Ellos, en el silencio de las cosas inanimadas, son
Ls que dan una idea de la cultura moral, inte
lectual y artística de su dueña; ellos son, los que,
Co n sus labios mudos nos hablan de la originali
dad de su temperamento y del refinamiento de
SUs gustos; ellos, nos cuentan de sus viajes por
otros países, de sus paseos a la orilla del mar y
be sus escursiones a las montañas ... ya veces
en la callada confidencia de esos interesantísimos
objetos, sorprendemos el secreto de un amor. . .
isf i;
E.k
(Para PÁGINA BLANCA).
i
La casa, en el silencio de la noche .
Duerme, olvidada, su tranquilo encanto.
Los astros, uno a uno, abren su broche,
Con clavos de oro sujetando el manto
De crespón. Se oye el rumor de un coche,
Muere cerca de mí, un lejano canto.
El misterio y la paz hacen derroche
De silencio sonoro, augusto y santo.
Una sirena de vapor solloza,
El aire, con su soplo, apenas roza
Las hojas. Canta un grillo entre el pasto.
Suspensa el alma a todo ruido, espera. .
hasta que quiebra el éxtasis, afuera,
Un paso conocido en el balasto,
LUISR LUISI.
F
Montevideo.