i EL MARIDO DÉ DOS MUJERES. e o —¿Por qué? —El Marqués de Saillé es enemigo declarado del matrimonio. El me provocó, hace dos me- ses, y recibió una estocada, porque me permití lanzarle algunas indirectas sobre su aficion al matrimonio. No espereis por tanto que yO 0S crea..... me parece absurdo. —Absurdo, quizás, pero exacto; —respondió M. de Sabran —En todo caso, —dijo Parahére,—es bien in- verosímil. —Pues qué, ¿no podia haber cambiado de opinion? El hombre se lanza siempre al mayor peligro..... sus más firmes resoluciones están escritas sobre arena. —Si el Marqués se hubiera casado realmente, se sabria ya. —Bien veis como ya se sabe, cuando os trai- go la noticia. —Este matrimonio, —preguntó M. de Para- bére;—¿es por dinero? ¿es por conveniencia? ¿por ambicion? ¿por amor? —Misterios, —respondió Sabran. —¿A qué familia pertenece la desposada? —Misterios. — (¿Es al ménos jóven y hermosa? —Misterios tambien. —¡Ah! ¿luego se trata de un matrimonio se- creto? —De un matrimonio campestre; mejor dicho, porque parece haber sido celebrado, en tanto que la córte cazaba en San German, en la igle- sia de un pueblo de las cercanías de Paris. —¡Pardiez! —dijo riendo el Conde de Brion; —¡Que Dios confunda á esas gentes que 0s anuncian pomposamente una gran novedad, y que cuando se trata de recojer detalles, os res- ponden: ¡Misterio! ¡Misterio! Un nuevo personaje, el Conde de Averne, acababa de entrar en la galería y se acercaba - al grupo. —Señores, —dijo él; —apuesto doscientos lui: ses á que adivino de lo que os ocupais. —Apostados están, —replicó Sabran.—¿Qué decíamos? —Hablábais de Viola Reni..... ¿He ganado? —No, mi querido Conde, que habeis per- dido. Pero ¿quién es esa Viola Reni? —¡Cómo! ¿No lo sabeis? —Asi parece, puesto que os lo pregunto. -—Pues bien; es una bohemia, una jitana, una hija del Diablo, una bruja adivinadora, tiradora de cartas, nigromántica, cartomántica, qué sé yO. —¡Bah! ¡Bah! —Es excelente su belleza, y se me ha asegu- rado que el Regente le dará audiencia pasada una hora. -—En ese caso,--dijo Parabére;--las sesiones fantásticas, cabalísticas y diabólicas con todo suaparato de fantasmagorías y evocaciones, van á tener principio en el Palacio real. —Es probable. —No vayais á suponer tampoco que esto me ¡desagrada. Yo no creo en esas necedades; pero es un espectáculo como cualquier otro; más en- tretenido aún, y esto siempre hace pasar feliz- mente una hora..... —Si yos sois incrédulo,--replicó el de Ayer- ne,--el Regente no lo es, y el oro lloverá sobre las manos de esa advenediza..... Pero ya que he perdido mi apuesta, —continuó el Conde, — decidme, señores, ¿de qué es de lo que os ocu- pais? ; —Del Marqués de Saillé y de su matrimonio. —¡Helion casado!--exclamó el de Averne;-- ¿qué me decís? —Como nosotros, pardiez. —En tal caso, desearia que el nuevo enlace le hiciese ménos soñador y ménos sombrío que de costumbre... —Silencio, señores, héle aqui;--dijo viva- mente el Conde de Brion, cuyas miradas se habian vuelto del lado de la entrada de la ga- lería. —No viene solo,--dijo una voz: —¿Viene con su esposa?---preguntó un gen- til-hombre atacado de miopía. —¿Soñais, Jargy? la Marquesa no ha sido aún presentada. —¿A quién diablo trae él de remo!lque? Un personaje á quien yo no conozco. —Algun primo de provincias, sin duda. —¡Extraña caricatura!--dijo M. de Brion. El personaje á propósito, del que los corte- sanos del Palacio real fermulaban tan irreve- rentes refiexiones, no era otro que nuestro ex- celente, pero ridículo amigo el Vizconde Hércm- les de Loca-Avena. Sabran se inclinó hácia Brion, y le dijo al oido: —Mirad bien ese curioso animal. Eso n6 es un hombre; es un papagayo. Helion, seguido del Vizconde que parecia marchar á su sombra, avanzaba con la mirada eozosa, los ojos brillantes, recibiendo y devol- viendo saludos á su paso, y dando apretones de mano á sus amigos, segun la moda inglesa que comenzaba á aclimatarse en la córte. / Hércules saludaba detrás de él, haciendo inexplicables esfuerzos por imitar su gracia y desenvoltura elegante. ' M. de Saillé llegó por fin al círculo de gen- tiles-hombres, de que antes nos ocupamos. —Señores, —dijo él ,—permitidme presenta- ros al Vizconde Hércules de Loca-Avena, de ex- celente familia bretona. Viene á la Córte para obtener un puesto entre los guardias de su Al- teza. Hércules se creció de vanidady dijo con su voz de falsete: ; —Sí, señores, si, mi querido amigo 0s la ha informado perfectamente; espero esa merced, y creo que al Señor Regente no le pesará tener un Loca-Avenas bajo su mando. M. de Sabran se acercó á Hércules, y salu- dándole con una cortesía intachable le pre- guntó: —¿Y el señor Vizconde viene de... —Del castillo de Loca-Avena cerca de Con- carneau,—respondió Hércules, —hace precisa- mente ocho dias que he llegado á Paris... la gran ciudad me atraia... Tengo alguna ambi- cion, y creo satisfacerla Con el tiempo. Una risotada discretamente contenida, aco- gió estas últimas palabras. |