68 EL MARIDO DE DOS MUJERES.
las diez menos cuarto llegaba al Palacio real
para hacerse cargo de su servicio.
Un criado que parecia esperarle, se acercó
á él respetuosamente.
—Una carta acaban de traer para el señor
Marqués;--le dijo, entregándole un pliego cer-
rado, luego añadió:-- Un caballero está ahi, y
desea hablar al señor Marqués.
Helion dirijió una mirada al pliego. La es-
critura del sobre le era completamente desco-
nocida: segun toda apariencia, el contenido no
le podia ofrecer sino un mediano interés. Por lo
mismo, no se apresuró á abrirlo, y preguntó:
—¿Ese caballero que quiere hablarme ha di-
cho su nombre?
—El señor Vizconde de Loca-Avena,--replicó
el criado.
—Hacedle entrar pasado un momento,--re-
puso el Marqués.
Cuando entró nuestro festivo provinciano,
se halló al Marqués con el rostro pálido como el
de un muerto, sus ojos inyectados en sangre y
sin poder lanzar un grito de su garganta.
Una hoja de papel yacía á sus piés: el gentil-
hombre la tomó en sus manos y leyó:
El secreto que creíais tan bien oculto, el. se-
creto de la casa situada en la isla frente á la
cabaña del pescador, es conocida de vuestros
enemigos. Enel momento que leais estas líneas
es decir, á las diez de la noche, se os habrá si-
do arrebatada vuestra linda esposa.
Un amigo que no se atreve á nombrarse.
XV.
LOS ASESINOS.
Acababan de sonar las nueve y media de la
noche. La tempestad habia cesado.
Dos hombres llegados á París en un coche
de alquiler que habian dejado en Boujival, se
dirijian silenciosamente á la casa del bar-
quero.
Estos dos hombres eran Hilo de Acero y Lo-
riot, completamente curados de las heridas que
se propinaron en la calle de San Honorato.
Un poco antes de llegar al barco, ámbos se
detuvieron, y Loriot, acercando las manos á su
boca, imitó el canto del buho con una perfec-
-cion inimitable.
Los otros personages, el Lince y Cupido,
salieron al punto detrás de unossáuces y Se reu-
nieron ásus compinches.
—¡Sois exactos, amigos mios!--dijo el Lince,
En seguida los cuatro se dirigieron hácia la
cabaña, y Santiago D'Aubry continuó:
—Hé aqui un pañuelo y una cuerda. Voy á
llamar al buen hombro, y cuando aparezca, ya
sabeis lo que con él hemos de hacer.
Distribuidos oportunamente los papeles de
cada cual, el Lince llamó á la puerta de la ca-
baña, diciendo:
—¡Eh, barquero! ;
Este salió casi al punto, mas no tuvo tiempo
£ pronunciar una sola palabra. En menos de
un minuto; él fué cogido, atado y agarrotado só-
lidamente. En uno de los'rincones de la cabaña
habia una trampa, que levantada, daba acceso
á una especie de cueva, que contenia por todas
provisiones algunos montones de patatas.
—Bajemos por aquí al buen hombre;--mandó
el Lince.
Hilo de Acero y Loriot obedecieron esta ór-
den, solamente que ellos la interpretaron á su
manera. En vez de bajar al pobre Rebard, ellos.
lo echaron á rodar. El Lince no hizo la menor
observacion.
—Ahora, —dijo él: —nadie nos impide pasear
sobre el agua hasta que la patrona llegue.
La patrona, en el lenguaje del Lince, signifi-
caba Viola Reni.
Así pasó el tiempo. Las diezserian en el reloj
de Bogival. Un segundo despues, dos hombres
se presentaron á los cuatro bandidos.
El Lince acababa de reconocerá Viola bajo
el traje de hombre y á Gerardo de Noyal que le
acompañaba.
—¿Estais todos?—preguntó ella, no bien hubo
llegado.
—Si, señora Condesa, los cuatro.
—¿El barquero?
—Tomando el fresco en la cueva.
—¿Y mis órdenes relativas á la casa de la
isla? ;
—Puntualmente ejecutadas.
—¿No hay mas que un criado?
—Uno solo.
—El Marqués de Saillé,—añadió Viola,—de
servicio esta noche en el Palacio real, habrá
dejado su puesto y vendrá á llamar á la puerta
del barquero. Vos, Santiago D'Aubry, le abri-
reis,
—Comprendido.
—Es preciso, ya me entendeis, que él no lle-
gue á la otra orilla.
—No llegará.
—Por ahora,—repuso Viola, —hé aquí mi
plan. Dos de entre vosotros se esconderán en la
casucha cuando el Marqués llegue á llamar.
Otros dos en el exterior..... Como no se le res-
ponderá, él entrará.:... Vos, Lince, vos, le cor-
tareis la retirada espada en mano, en tanto que
este, Loriot, vigilará cerca de la ventana por la
que él podria intentar escaparse.
—¿Cortarle la retirada?—repitió Santiago
D'Aubry.—Eso es un duelo.
—Un duelo, sí, pero un duelo cuyos resulta-
dos no pueden ser dudosos.
Tomadas ya todas las precauciones, Hilo de
Acero y Cupido entraron en la barraca. El Lin-
ce y Loriot se apostaron en el ángulo exterior.
Viola Reni y Gerardo se situaron en medio de
uno de los ángulos de sáuces que dominaban el
rio. Reinó por algunos momentos un silencio
profundo, y aquel pasaje pareció de nuevo de-
sierto.
De repente se oyó á lo lejos sobre el camino
el ruido de un impetuoso galope. Este ruido
acrecentó rápidamente, y al choque de las her-
raduras se mezclaron bien pronto los silbidos
roncos de un caballo casi desbocado; despues
la montura y el ginete aparecieron en una nu-
be de vapor, el uno todo cubierto de fango, el
Otro blanco de espuma.
A veinte pasos de la cabaña, el animal hizo
un esfuerzo, y despues se echó al suelo para no
levantarse más,