FL MARIDO DE DOS MUJERES.
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_. Helion de Saillé, pues era él, sin echar si-
quiera una mirada al fiel servidor que acababa
de recorrer cuatro leguas en cuarenta Jminutos,
echó piés á tierra, gritando con voz extraña:
—¡Barquero, despertaos! diez luises para vos
si en un minuto estoy á la otra orilla.
Nadie respondió. Helion se precipitó sobrela
puerta, que no estando cerrada por el interior,
cedió bajo el peso de su cuerpo, y por la sola
impetuosidad de su golpe, se halló en medio de
su recinto.
Los tímidos resplandores de unas brasas
que aún humeaban, mostraron al Marques dos
hombres con facha de bandidos, de pié, frente
a él, y con espada en mano.
Al punto comprendió Helion la emboscada
que se le preparaba.
—¡Sois asesinos!-—exclamó é1.—Ss os ha pa-
gado mi vida..... no tengo tiempo para defen-
derla..... pero iré adonde debo ir..... -
Y no bien hubo terminado la última frase,
«demostró un molinete pararetener á sus adver-
sarios á distancia, y sin permitirles acercarse,
se dirigió á la ventana, que llegó á abrir.
Pero fuera, Jelante de esta ventana, Loriot,
armado, vigilaba con Ja espada desnuda.
—¡Diana me llama!l—se dijo Helion,—¡Dios
no me dejará morir!
Y lanzándose por la ventana, separó de su
pecho por un prodigio de vigor y habilidad el
arma de Loriot, le hundió la suya en el cuerpo,
bajó corriendo el ribazo hasta el rio, saltó al
agua, y se puso á nadar rápidamente.
—Se nos escapa! —1huyó Santiago D'Aubry.
—¡Lo oyes, Gerardo, se nos escapa! —mur-
muró Viola Reni:—¡mátale! ¡mátale!
M. de Noyal sacó de su cintura una de sus
pistolas, apuntó al Marqués, é hizo fuego.
Un gemido sordo se dejó oir. La luna se
ocultó bajo una nube, y Jurante un segundo,
todo desapareció en las tinieblas.
Guando la nube hubo pasado, las miradas
de Viola; de Gerardo y de los tres bandidos su-
pervivientes, interrogaron ávidamente la su-
perficie del rio.
—¡Vamos,—dijo entonces Viola triunfante, —
vamos á hacer una visita á la viuda del Marqués
Helion de Saillé!
AV Í
LA COMEDIA DEL CRIMEN.
Veamos lo que pasaba en la pequeña casa
de la isla, en tanto que sobre la orilla opuesta
de! Sena se asesinaba al Marqués de Saillé. .
La habitacion de Diana se hallaba en el piso
principal de esta morada,
La hija de Herminia habia pasado una noche
horrorosamente triste despues de la partida de
su esposo. Por de pronto, el ruido del trueno y
el soplo del huracan conmoviendo la casa, le
causaban un miedo horrible; enseguida, ella se
representaba con angustia á Su marido sobre el
camino de París, luchando, no sin trabajo y
peligro, contra la tempestad.
Hácia las once, Diana dejó el pequeño salon
con una bujía en la mano. Entró en el corredor
y llamó á Malo, que salió al punto de la coci-
na. Marion, robusta hija del campo, habituada
á acostarse como las gallinas, dormia en sudes-
van desde mucho tiempo.
—¿Tiene la señora Marquesa que darme al-
gunas órdenes?—preguntó el criado.
—Sí, —respondió Diana.—Tomad una linter-
na, os lo ruego, y haced una requisa por estos
alrededores.
—Voy al instante,
—Yo esperaré vuestra vuelta en el salon.
Malo cogió una linterna y un arma de fuego
y salió, teniendo cuidado de no dejar la puerta
abierta detrás de él.
Apenas la luz de la linterna hubo desapare-
cido en las profundidades de aquel recinto,
cuando de una próxima expesura salieron Ge-
rardo y Viola, que acababan de ocultarse allí
algunos minutos antes. El gentil-hombre esta-
ba desconocido; un trajecompleto de campe-
sino, preparado de antemano, reemplazaba su
traje habitual.
Aun silbido de este, lo;
cieron.
—Hallad medio de abrir la ventana del cuar-
to de Diana, ahora desocupado, —ordenó Viola:
—Entrad en la habitacion, y derramad sobre la
alfombra el contenido de este frasco.
—¿Es esto todo?
—Todo.
Fl Lince se sirvió de las manos y de los
hombros de los dos hombres para escalar el
balcon.
Momentos despues se vió brillar á tra vés de
las malezas, la luz de Malo que se acercaba a
la casa.
Cuando llegó, abrió la puerta, franqueó el
umbral, la cerró tras de sí, y Se oyó echar los
bandidos apare-
cerrojosinteriores y dirijirse al salon.
—¿Y bien, Malo?—le preguntó Diana,
—NÑada, señora Marquesa, —contestó el fiel
criado.—Nada hay que pueda estorbarla dormir
en paz. E
Diana tomó entonces el candelabro que ardia
sobre la mesa del salon, y subió ¿su cuarto.
Malo, con la linterna en la mano, se dirigió al
suyo. ,
La jóven rubia apareció en la pieza del pri-
mer piso. Ella colocó la luz sobre un mueble, se
acercó á la ventana, y la cerró.
—Tanto mejor,—dijo Viola Reni,—el efecto
del soporífero se hará entónces más activo.
Diana empezó á dar algunos pasos sin poder
apenas sostenerse. E
—Es singular,—se dijo ella.—¿De dónde vie-
ne este extraño perfume?.... parece. que no
respiro..... yo debiera haber dejado la ventana
abierta..... voy á abrirla.
Ella ensayó de dirigirse hácia la ventana,
pero la fué preciso detenerse á la mitad del ca-
mino. Sus piernas flaqneaban.
El aire, por último, empezó á faltarle. Sus
ojos se velaron, las palabras espiraron en su
garganta, y al cabo cayó sobre el tapiz, privada
de conocimiento. a
—Se produjo el efecto, —dijo entónces Viola
4 Gerardo.—Vé tú ahora, y cumple bien tu mi-
sion. ]
Malo, despues de habar puesto en órden di-