EL MARIDO DE DOS MUJERES. ES
XX.
LA CASA DE VIOLA REM.
El primer pensamiento de Hércules, al en-
contrarse á solas con Diana, que habia, á la sa-
lida del Marqués, caido al suelo sin conocimien-
to, fué la de buscar agua para echarla en el
rostro algunas gotas.
El cogió la linterna, á fin de comenzar sus
pesquisas, v entró en la pieza vecina, cuya
puerta estaba entreabierla, pero apénas habia
él dado algunos pasos, cuando se halló con el
cadáver de Malo asesinado,
Este horrible espectáculo, que el pobre
hombre no esperaba, le hizo llenarse de hor-
ror arrancándo!e un grito de espanto.
Este grito Luvo por efecto inmediato el des-
pertará Diana del letargo en que se haliaba.
Ella se levantó, asiéndose con las dos manos á
la mesa junto á la cual habia caido, y al punto
se preguntó:
—DPios mio, ¿es aún una nueva desgracia?
No respondió Hércules; avanzó elia hasta la
puerta, y vió el cuerpo inanimado del fiel ser-
vidor tendido en un mar de sangre.
Entónces su temor tomó todas las propor-
ciones de la locura, y asiéndose al brazo de
Hércules, empezó á gritar:
-—Sacadme, sacadme de aquí. Ellos han que-
rido matar á Helion, ellos han matado á Malo....
ellos volverán y me matarán tambien. Venid,
en nombre del cielo, buyamos.
El Vizconde no deseaba otra cosa que aban-
donar aquella casa maldita. El se apresuró á
accederá la voluntad de Diana, y sosteniendo
como pudo á la jóven, tomó con ella el camino
del embarcadero.
Allí una grande decepcion les esperaba. La
barca habia desaparecido, y con ella todo me-
dio de atravesar el Sena, sino para Hércules,
por lo menos para la señora de Saillé.
El atrevido Vizconde tenia la vaga esperanza
de apercibir, costeando Ja orilla, alguna barca
amarrada por los pescadores nocturnos al tron-
co de algun sáuce. Ellos marcharon asi durante
veinte minutos, casi sin descubrir nada y sin
“cambiar una palabra.
Por fin, ellos llegaron juuto á una presa,
por encima de la que las aguas Se precipitaban
con ruido extraordinario para caer en un vel-
dadero abismo.
Esta especie de esclusa habia sido en otro
tiempo dotada de una especie de compuerta
destinada á contener las aguas. Juzgada ya in -
útil ó mal fabricada, la compuerta habia suce-
sivamente perdido todas sus tablas, pero las
estacas, contra las cuales ellas se apoyaban,
subsistian aún
Espaciadas de unn pié y medio las unas de
las otras, elevaban á algunas pulgadas sobre el
agua sus cabezas negras y mohosas, cuya línea
se prolongaba sin inberrupcion hasta la otra
orilla.
Hércules se dió cuenta de estos detalles: des-
pues él vino al lado de Diana que se habia de-
jado caer, agobiada, sobre el húmedo cesped.
—¿Y hion?—le preguntó olla,
—Pues, sí, señora Marquesa, —respondió él:
—se puede pasar.
La infortunada jóven estaba ya de pie, re-
animada por esta repentina esperanza.
—Pero, —prosiguió Hércules: —si el pié se
desliza, si la cabeza se marea..... allí está la
muerte.
Felizmente, aquel paso tan peligroso fué
emprendido con resolucion.
Y verdaderamente, Como arrastrado por
una fuerza sobrenatural, todo el cuerpo de la
Marquesa parecía inclinarse hácia el abismo.
Diez horas parecieron los diez minutos tras-
curridos en atravesar aquella parte del rio.
Por fin, las primeras claridades del alba
blanqueaban en el Oriente, cuando ellos llega-
ron á París.
Entonces no se trató más que de hallar un
asilo en donde la jóven Marquesa pudiera creer-
se en seguridad. Ella no debía pensar un solo
instante en el hotel de su marido.
¿Qué hacer?
Hércules, con toda la sencillez de su Cora-
zon leal, ofreció á la esposa de su amigo su pro-
pia habitacion, y ella, con el santo candor de
su alma, lo aceptó sin dudar, y sin pensar si-
quiera que su presencia en Casa de un jóven
podia comprometerla.
. . . . . . . . . . . . . . .
Volvamos ahora al departamento ocupado
por Viola en el Palacio real,
La astuta serpiente no se habia ya despojado
de su traje de hombre, pero aún no se habia
acostado. Una palidez más intensa que de cos-
tumbre, hacia traicion á las fatigas sostenidas
durante la noche anterior.
Ella hollaba con nervioso pié el tapiz de
aquel salon en el que la vimos recibir sucesiva-
“mente á Helion de Saillé y á Felipe de Orleans.
Su agitacion era manifiesta.
De repente se detuvo para hacer sonar Un
timbre, y dijo al criado jue se presentó á to-
mar órdenes:
—Tan pronto como el señor Conde de Noyal
esté de vuelta en Palacio, le direis que le es-
ero. >
Diez minutos despues, el mismo criado
anunció: :
—El señor Conde de Noyal. .
Gerardo entró. Apenas la puerta se habia
cerrado detrás de él, cuando Viola corrió á su
encuentro.
—Y bien,—le preguntó ella con ronca VOZ, —
¿Qué noticias?.... y
—Malas, --respondió Gerardo. E
— Habla. pronto..... estoy dispuesta á oirlo
todo.
—Helion vive. l
—¡Vivel—excla mó la jóven.—¡Vive! ¡Maldi-
cion! ,
—Y,—prosiguió Gerardo,—en el momerto
que yo te hablo, está prisionero en el Grand-
Chatelet.
—¿Por qué órden?
—De órden del Regente.
—¿De qué se le acusa?
-—LO. IBUQro..... pero só solamente-que será
juzgado mañana, y con el mayor secreto,