9. ; LA BANDERA ROJA
—Se ha marchado, —repuso el oficial. —Cumplido el en-
cargo que se le diera, se dirigió á su convento sin duda.
—¿Da qué convento es? ¿No lo sabéis tampoco? :
—No, señor. Como el objeto principal era el pliego,
una vez en mi poder no me he fijado en nada más.
—Mal hecho, señor Salcedo, —repuso Gaspar de mal
talante. —Hay que ser más precavido.
- —Está bien, Salcedo, —dijo el virrey que mientras sos-
tenían aquel diálogo el secretario y el oficial había estado
leyendo el pliego.—Podéis retiraros.
Una vez solos, dijo el padre de María: entregando el
pliego al secretario: oia |
—¿Qué opináis de eso, Gaspar?
Rápidamente leyó el secretario el contenido del pliego
que decía así: |
«Si el señor virrey del Perú quiere apreciar los elemen-
tos con que cuentan los Titanes del Mar, mañana á las
Once, puede estar en el Callao, donde presenciará lo Econ
nunca se pudiera imaginar.
de >Los Titanes del Mar, recobrarán á Arica, y se apo-
e porn de Lima, quiera ó no, el señor príncipe de e
_lache
>Hay dos personas que estorban á los Titanes, que son
- €l virrey y su secretario, y estorbando, ya pueden suponer
_la suerte que les espera.»
*—¿Qué os parece? —preguntó aquel, cuando napa
terminó la lectura.
—Que vayamos al Callao, para ver ese Hrodiwio, —r6.
puso el secretario tríamente. —Algo aprenderemos. Pero
-. creedme, señor. Lo mejor de lau es que compremous un
hombre.
*o»
oc Bi previo aviso, por más que D. Luis de Cañizares es-
tuviera prevenido por Cesar, se presentaron en el Callao el
virrey acompañado de su secretario. |
El gobernador, fingió sorprenderse por aquella ¡ inespe-
rada visita, y el virrey le dijo: |
_. —¿No haréis tenido noticias de algún suceso extraor-
dinario que: debe tener lugar en esta plaza?