A. CONAN-DOYLE 51
el mayor confiaba mucho en la elocuencia
de sus ojos.
La vecina, si recibió el mensaje, no pa-
reció muy disgustada de ello; pero el mayor,
envanecido por aquel primer triunfo, seguía
enviándole miradas tan fogosas, que al cabo
la hermosa desapareció definitivamente por
aquella tarde. |
Cuando von Baumserllegó encontró á su
amigo en un estado de animación extraor-
dinario. Y el mayor, que no era aficionado
á que los secretos se le pudrieran en el
cuerpo, no tardó mucho en referirle el epi-
sodio.
—Es la mujer más hechicera que he vis-
to en mi vida. |
—No lo dudo, amigo mío; pero me pare-
ce que lo toma usted con demasiado calor
para su edad.
—¡Cómo á mi edad! La edad no son los
años, querido. Un hombre como yo, robus-
to y saludable, con la ventaja de una expe-
riencia que no se tiene á los veinte años,
está en la ocasión crítica para casarse.
—¡Casarse!... ¿Pero realmente pensaría
usted en semejante barbaridad?
—No diga usted necedades, von Baum-
ser. Yo he hablado en general, y no es de-
cir que tenga ese propósito. Pero, en fin,
¿aunque lo tuviera?
—No conoce usted á las mujeres. por lo
que veo. Oiga usted un caso que me ha su-
cedido 4 mí mismo. A los veinticinco años
yo tenía una novia y un amigo. Mi novia
vivía en otro pueblo distinto del mío, y co-
Mo yo no podía ir—por razones que no son
del caso—con demasiada frecuencia, mu-
chas veces mi amigo iba á visitarla y le lle-
vaba regalos míos. Esto era muy frecuente,
porque teníamos fijada ya la fecha de la bo-
da. Pues bien, mi amigo... he de reconocer
- Que él era más guapo que yo, esa es la ver-
dad... pero, en fin, eso no quita para que
Sea una traición... El hecho es que la mis-
ha semana de la boda mi prometida se es-
capó con mi amigo y me quedé de una vez
Sin la una y sin el otro. ¡Para que se fie us-
ted de las mujeres! |
TY de los amigos! —agregó el mayor.
-—Y bien, ¿usted qué hizo?
—Una tonteria. Yale he dicho que tenía
veinticinco años. Les seguí y les dí alcan-
ce en Francfort del Rhin. Le espere á él en
la calle, le insulté y nos desafiamos. El eli-
gló la espada, porque la manejaba muy
bien; era el mejor tirador de su universidad.
Nos batimos y me abrió un agujero en el
vientre... Dos meses me costó estar en ca-
ma. Eso es—concluyó reflexivamente el
germano—lo que llaman una satisfacción.
Por mi parte no he visto nada menos satis-
factorio en mi vida. :
—Eso es ciertamente una infamia que
usted no merecía. Pero en fin, hay mujeres
y mujeres. Algunas con sólo verlas se cono-
ce que son virtuosas... ¿Usted no conoce á
Tomás Dimsdale?... Sí, hombre, un chica-
rrón muy simpático que ahora se ha meti-
do á negocios con esos bribones de Gird-
lestone...
—Bueno, pues le vi hace unos días con
una muchacha que por las trazas debía de
ser su novia. No hice más que verlos y
pensé para mí: «bien has sabido escoger,
amigo». No he visto mujer que lleve más
clara en el semblante una credencial de
virtud... Pues ya ve usted, él no será el
único que tenga esa suerte... Sin ir más
lejos, si usted viera á nuesta vecina...
_—La he visto—repuso tranquilamente
von Baumser,
—Pero hombre, ¿ahora sale usted con
esas? ¿Y qué más sabe usted?
—(Que es viuda de un ingeniero y, ájuz-
gar por la vista, que debe andar cerca de
los cuarenta. | :
, —Eso es una impertinencia. Los años
dicen menos todavía en la mujer que en el
hombre, Una mujer de esa edad...
—¿Está en la mejor ocasión para ca-
sarse?
—Todo sería que ella quisiera. Aquí don-
de usted me ve, yo mismo, Tobías Clutter-
buck, estaría dispuesto ¿hacer ese que á us-
ted le parece tan gran disparate.
El mayor era sincero al hablar así. Algo
violenta á nuestra escrupulosidad de narra-
dores el tener que atribuirle una impetuo-
sidad pocó de acuerdo con sus cualidades
de hombre de mundo; pero sabido es que
el amor se complace en hacer mangas y ca-
pirotes de la experiencia y hasta de la ló-
gica. No encontramos otra explicación.
Aquella noche el mayor durmió muy mal.
A la mañana siguiente despachó un emisa-
rio y al poco rato poseía, respecto á su her- .
mosa vecina, los siguientes datos: Que era,
en efecto, viuda de un ingeniero; que se lla- '
maba ó se hacía llamar mistress Scully y
que habitaba hacía alguna semanas en el